Hoy se cumplen 165 años del nacimiento de Oscar Wilde en mi querida Dublín. En frente del lugar de nacimiento, en Merrion Square, se encuentra su estatua mirando irónica a las desnudas musas del parque. Es un área donde yo solía pasear de camino a Pearce Station, en las penumbras dominicales, tras una pinta  penúltima en el Kennedy’s. Mi presencia sigue por allí cada domingo, como cada poco me recuerda Bee, que me ve frecuentemente y se queda nostálgica porque no la saludo. Y es que los fantasmas, en su autismo, pierden las formas.

En dicho pub, la presencia de Wilde es también poderosa, en forma de retratos y frases enmarcadas. Nosotros nos sentábamos junto al que decía «work is the curse of the drinking classes» y alegremente brindábamos entre risas y besos. Muy cerca de allí se encontraba una tienda fabulosa dedicada a Joyce. Wilde, desde luego, no era tan apreciado como el autor de Ulises –libro famosísimo que no ha leído nadie – , por esos prejuicios de ver a Oscar como inglés y como marica. Dos grandes verdades que los dublineses, con ese otro ingenio de calle que les caracterizan, sintetizan en el apodo a la estatua antes mencionada como «the fag on the crag».

Mi admiración a Wilde viene de lejos pero se acrecienta cuando empecé a aprender inglés, en serio, entre él y Tennessee Williams, protagonistas en los inicios. Dos maestros dramaturgos, y es que leer diálogos es más fácil que leer descripciones. Lectura adictiva por la gran dosis de inteligencia para poder explicar verdades profundas desde la aparente superficialidad de eso que se llama ingenio. Frases como cuchillos que lanza el bufón superdotado de una clase social, la society que vivió con él, se rio con él, para después, en su coherencia de clase, destrozarle y convertirse en uno de sus personajes outcastde sus obras.

Mucho se ha escrito del genio literario pero, como el reconocía, mucho más interesante es su vida y el personaje que se crea en ella pare que, desde su dramático final comience la leyenda de este “Lord of the Language” dividiendo al  mundo entre el desprecio de los cortos de vista y, lo que es peor, los que secuestran el cadáver haciendo un falso mito por causas particulares.

Ambos mienten, sin duda, y olvidan un factor que yo, precisamente hoy, como regalo de cumpleaños  quiero recordar aquí y que tanto incomoda hoy en día: el factor católico.

De padre protestante y madre agnóstica, parece que fue bautizado en secreto a los 5 años en Dublín. Razones no faltan, ya que se quería que estudiara en Oxford y allí no se admitían católicos, -como tampoco en el Trinity, claro –  hasta que el cardenal Newman fundó el UCD –  donde enseña mi amiga Pandora, por cierto –  en otro paso de emancipación católica.

La relación con el catolicismo es variable en la vida de Wilde: sobrevivió al ambiente protestante-clasista de Oxford con lecturas entre el mencionado Newman y Kempis y desarrolló amistades con personajes católicos que serían clave en su vida. Su obra, a pesar del análisis epidérmico de mera crítica social, enseña una moralidad absoluta donde los héroes son los más débiles: o los que no encajan en la society o las mujeres como vemos en “a woman of no importance”. Estos aspectos morales se remarcan en los cuentos llegando, , en mi opinión, al dibujo más exacto de la estética del alma en su única novela “the picture of Dorian Grey».

En la vida, conocida en todas las biografías, tras el escándalo con Lord Alfred Douglas – convertido al catolicismo tras la muerte de Wilde –  y el tremendo humillación y daño a su mujer e hijos, se acaba la farsa del dandy y el bufón para dar parto al Wilde hombre, redimido en un De Profundis, donde reza en su mayor prosa a un Cristo estético al que define como el único hombre libre porque es el único cuyos pensamientos eran originales.

Una prorroga vital de ruinas en viajes a Roma donde visita al Papa Leon XIII –  “no soy católico, sino un fanático (violent) papista” –  con el que tiene varias audiencias lleva a una agonía donde, finalmente, en el último instante, recibe los sacramentos, quizá recordando su frase de que «había que morir como un católico» quizá obviando años antes el vivir como tal.

En sus propias palabras: “El momento de arrepentimiento es el de la iniciación. Más que eso. Es el momento en que uno puede cambiar el pasado, cosa que los griegos lo pensaron imposible al decir que  -incluso los dioses no pueden alterar el pasado- . Cristo mostró, en cambio, que el más mediocre pecador sí que puede”

En fin, amigos, nada de esta intrahistoria unamuniana la veremos nunca, claro. El mercado posmoderno es ciego y desprecia, o fabrica iconos falsos. Wilde, el hombre, “Lord of the Language” ha quedado secuestrado bajo lobbies propagandísticos, u oculto por ciegos intransigentes.

Pero su alma ya es libre y yo, solo se, que es uno de los míos, un genio de la lengua, un católico de ironía feroz y uno de los artistas más grandes.

Cuando vuelva a Dublín, quedaré con mi querida Bee e iremos, como antaño, a llevar flores a Merrion Square y después, en paseo literario degustar pintas en cada pub con mi fantasma de Pearce Station para terminar riéndonos de nuevo cerca mientras leemos con la nostalgia infinita de lo vivido que work is the curse of the drinkng classes.

Of course

Oscar Wilde DEP

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