¡Isidro, ya está ahí Isidro, mira!

El hombre sube a su hijo sobre los hombros mientras su esposa y la niña dejan de comer pipas.

¡Venga, pide algo a Isidro, que nos ayuda!

Desde la Colegiata salen al sol las tallas de San Isidro y Santa María de La Cabeza ante la expectación general.

Llevamos esperando un cuarto de hora y yo miraba a mi alrededor buscando al tal «Isidro» tan mencionado por el colega. No ha sido hasta que la banda de música se ha puesto firme hasta que me he dado cuenta de que era el Santo patrón el aludido.

Fue la primera gran revelación de lo que es Madrid y Los Madriles. Una población que tutea a sus santos era un golpe que revela toda una actitud ante la vida. Especialmente para mi, castellano viejo y contrarreformista, con una fe fundada en la familia y sostenida en curvas barrocas con destino a un Cielo tremendista habitado por tallas santas en policromo. El tuteo del andoba al labrador interrumpió de un portazo el fiat-voluntas-tua que me estaba barnizando de incienso las neuronas bajo el sol.

Madrid tiene ese encanto, del límite de la confianza, en este caso con las alturas sin forzar la irreverencia. Aquí se descubre en un gesto el poblachón con pretensiones sito en medio de La Mancha que trata al firmamento católico como en charla cheli de patio a patio. Isidro y María se van acercando contentos por la vía, cual pareja de pueblo que se sabe observada. Les miro ahora con una nueva mirada de tuteo, el Isidro y la María, vaya. Ni se me ocurriría tutear a las tallas mesetarias, pienso, si se me escapa llamar Pedro a mi San Pedro Regalado, que igual baja y me sacude un bofetón de órdago, y haría bien.

Pero aquí en Los Madriles hay otro código claro, la famosa chulería de la capital, del barrio que es, en fondo y forma, todo Madrid desde el distrito de Salamanca a Lavapiés, igual da, poblados donde se concentra la España que ha llegado de provincias y aldeas, que nutren a novísimos gatos que, cuando rascas un poco en la conversación, son todos nativos de Albacete o de Cuenca.

Pasa a mi lado Isidro, mirándome con retintín y mi corazón mesetario cambia el chip para rezar entonces distinto a la pareja feliz,  cambio raudo del latín al cheli para pedir, Isidro, que me cuides en este nuevo paseo vital que cruza otra vida, la décima, que partiendo de la nada aunque me lleve a las más altas cumbres de la miseria, me haga disfrutar el viaje, toma nota, Isidro, tron, amén.

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