«Drogadicto, anticatólico, crecido, alterado, ambicioso, con gusto por los coches caros, ¡Malú Eurovisión!, maleducado, prepotente, sobreactuado, con gestitos de rabia que expulsan espuma por la boca…»

Así, de un lado al otro del vertedero digital, ha sido calificado Albert Rivera tras el show de un circo electoral a dos turnos padecido tras la Semana Santa. No cabe duda por tales calificativos saber quién ha “ganado” los debates. Nada más fiable que acudir al insulto puntual de los medios para realizar una tendencia fiable.

Como ven, tras mi levitación Pascual he retornado al fango de lleno y me he tragado los dos debates, más un tercero que vi por la tableta mientras me wasapeaba con la rubia. En ese primero, en plena Semana, descubrí a la gran Cayetana, ya casi de Alba, brillando ante rufianes y demagogas. Le pasó igual que a Albert: la maquinaria vio el ganador y se dedicó inmediatamente a repartir adjetivos ante el peligro.

He visto estos dos debates motivado por una cuestión de espectáculo y análisis del patetismo de la posmodernidad. Tengo una gran ventaja: ni voy a votar a ninguna de las opciones representadas ni tengo duda alguna de mi voto. Ese desapasionamiento, cómo todas las pasiones heladas, dan un poder de libertad que, por lo menos, nace de una honesta lucidez. Libertad para un análisis que será más o menos torpe o acertado pero que depende en todo de mi visión y no de mi “querencia” ideológica. Así, he visto brillar a Cayetana y Albert, pasar vergüenza ajena con representantes socialistas, reírme con rufianes vividores, bostezar con populares, crisparme con peneuvistas o amar, siempre a Arrimadas, en fin.

Pero al triunfo incontestable de Rivera sumo, en mi libertad, a un tipo que ha estado a un nivel distinto al resto. El señor Pablo Iglesias ha demostrado más educación y clase que el resto de sus torpes compañeros. El sujeto que más está en las antípodas de mi pensamiento, se nos muestra como el que más se sabe comportar. Le dirán unos que es hipocresía, le dirán los otros que es cinismo, le dirán los de allá que no se ducha, le dirán de todo, en fin. Mis diferencias con Iglesias, para que nos entendamos, es equiparable a la que me separa del público propagandista (de una y otra orilla de la charca) que le crítica de tal guiso. Cómo estará el nivel de la clase política y de su audiencia -tanto monta monta tanto- para que sea Don Pablo el que, en su tono falsete de curilla rojo leyendo cuartillas constitucionales como si fuera el Catecismo del Padre Astete, deje en vergüenza modos y modales depredadores de chicos bien con corbata.

En fin, es lo que hay. Solo estamos en Abril y hace un frío que pela en la Meseta. Tras el 28A llegará el 26M. Entramos en el Tiempo Ordinario y ya la misma palabra asusta.

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