Se nos aparece Rocha, don Juan Benavente, de barba recortada y azul obrero entre una cuadrilla de electricistas y fontaneros. Viene de pulir la construcción de su último proyecto: una fusión de fortín, fortaleza, templo, castillo, biblioteca, centro de tertulias, salón de juegos… un Hogar, en todo caso, bautizado con el heroico nombre de “Tercios Viejos”.

Le espero en el umbral de una calle coqueta y fronteriza entre distritos con restaurantes y tiendas de salud. Es ahí, en el número 4 de María Panés donde renovamos un fraternal abrazo prolongado desde su gestación en eras gloriosas de un San Blas antes-del-Wanda… ¡cómo pasa el tiempo!. Cuando nos decidimos a saltar desde la virtualidad de las redes para encarnarnos en cheli bautizados por vermuts entre paseos por las arquitecturas de ese Madrid improvisado y urgente. Barrio con nombre santo y periférico cuya visión de construcciones clandestinas de ayer, aparecen como chalets vips hoy; con memoria de heridas que dejaron los mercados efervescentes de unos 80 mitificados dejando una generación flipada hasta un posterior desarrollo que resucita un nuevo Metropolitano. Entonces, qué tiempos,  entre reflexiones y sueños, mientras veíamos todo eso, parábamos a repostar en tascas de tinto y zarajo de Cuenca entre mendas, notas y demás miembros de la especie, para sufrir en liturgia por un Atleti que amenazaba darnos y un amarillo del disgusto.

Viene esta introducción, no para dar clave ñoña y sentimental del recuerdo de una amistad,  sino para encontrar, desde el recuerdo, la clave de este proyecto de Rocha y sus socios de “Tercios Viejos”, quiere no es más que el respeto a ese tiempo sagrado y dolorido que se llama Historia. Porque miren, aunque en estos años he visto poco a mi compadre, lo hemos aprovechado tanto, que ya podría dar para un par de volúmenes de leyendas documentales comunes. Y es que los amigos son aquellos seres en que uno se reconoce como niño y donde deposita confianzas compartidas a buen recaudo. Recordar con cariño y veracidad el pasado es hacerlo vivo para poder, desde el presente, desarrollar el tesoro de ideas que contiene. Y esto, como digo, no vale sólo para la historia personal, sino para todos los entes vivos, siendo especialmente valioso el de la Patria y la Civilización, entes forjadores para bien o para mal de lo que somos.

El proyecto de los amigos de “Tercios Viejos”, es precisamente ése. Desde la ilustración histórica de Don Augusto Ferrer Dalmau hasta su escultura en plastilina por mi compadre Rocha, se abre todo un universo hacia el pasado que, con una mirada limpia de amor, respeto y debate, ayudan a entender la Historia a este hombre moderno y adanista que habita hoy en presente Inmediato. La Historia de España está en peligro de muerte desde esos rejones malignos que son el prejuicio y la ignorancia. Y la Historia no es más que nosotros vistos desde el tiempo, sea la historia de un amigo o de una tierra.  Destruir la historia y no asumirla es suicidarse. Por tanto, estos templos encierran un espíritu que, como antídoto, curan esos males. Allí encontrarán cuadros, láminas, libros y revistas, juegos y figuras para todo el que quiera conocerse así mismo desde la asunción del tiempo.

Enhorabuena, Rocha, a tí y a tus socios. Estaremos con vosotros ayudando en lo que se pueda.

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