Sol de julio en el barrio de Salamanca, Madrid. Doblo Velázquez para dejarnos iluminar por los ángeles de la Concepción en la calle Goya. Misa de mañana con sospechosos habituales: trabajadores con maletin que ofrecen su esfuerzo diario y rodillas con varices que se reclinan. Alguno se confiesa, casi todos comulgan. “La voluntad del Señor es pura y eternamente estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y eternamente justos” nos dicen los salmos. Nada hay mejor para empezar el día y para entender la jornada desde lo permanente.

Salimos con la copla celestial a la calle. En el mundo acelerado hay ambiente electoral: los compis de las cadenas se arremolinan al otro lado de la calle mientras un claxon ruge próximo, esquina Castelló, acompañado por un bramido cheli del conductor al que le responde el taco nasal de una chica local.

Es un día especial, histórico, dicen la propaganda mediática. En este inicio de verano caliente, los chicos del PP eligen a su líder en primarias y el distrito Salamanca rezuma actualidad. Entramos en una sede coqueta para esperar a los candidatos al poder. Me recibe la mirada firme de Maggie Thatcher y la fuerza melancólica de Gregorio Ordóñez, Fraga en energía sepia y Aznar con bigote. Cifuentes sonríe rubia y apartada. Son posters de perfil diverso de estos ídolos de religión pagana. Las cajas electorales son de cartón y las papeletas esperan un nombre. “Aunque sea el de pila, vale” me dicen. Los chicos de la prensa se hacen sitio entre murmullos y dejan el móvil cuando se intuye la llegada de un conocido.

Paseo a mi aire entre el cuenta gotas de votantes mañanetod a los que hacemos alguna foto, mientras me acuerdo de Umbral y su “derechona”, qué tiempos. Parece ya que hace siglos de aquello, el barrio sería igual excepto con churros del Nebraska aunque la Derecha ya estaba extinguida. Umbral tenía una demagogia muy lúcida en su talento de mala leche y adjetivos ternarios, pues el apelativo es potente y marcó una época. Por supuesto era ya totalmente falso, pues “la Derecha” en España ya era un mito, explotado por unos y por otros. Para la izquierda era una punta de lanza con que pinchar a este invento híbrido y depredador llamado PP hoy y AP ayer, cuyos simpatizantes se sacudían un estigma incómodo que nunca habían sentido, siempre rechazado haciendo equilibrismo de centros, equilibrios que se quedaron en nada.

Llegan protagonistas, los clásicos de camisa blanca y sonrisa del aparato, abrazos y palmadas. Las primarias buscan lista única pero va a terminar en batalla cantada. De ideas sólo habla uno, más por viejo que por sabio, y el resto se promocionan por prejuicios: la juventud y el género. Es decir la renovación generacional y la condición de mujer. Como si el hecho de ser joven o mujer garantizara algo. Pero a falta de principios y debates, no es mal mensaje para lanzar al fango de un pueblo líquido cuyos principios están a la par de sus dirigentes.

Desde la famosa moción, eso que algunos califican como golpe y no advierten a ver como el suicidio torpe que fue, empezó la carrera al poder. Los favoritos sin dos chicas fatales, un chico majo al que corea una voz de la conciencia. Entre tanta pantomima, el señor Margallo es el único que ha pedido, canto de cisne, algo necesario e imposible: que se hable de ideas y programa. Él sabe, cómo sabemos todos, que eso en el partido no es posible. Y no es posible porque el partido es-más-sistema-que-partido. Una organización orgánica de contables que, en su trayectoria de mayorías tan absolutas como inútiles, se han dedicado a maquillar las cuentas sucias que, como siempre, ha dejado la obscenidad socialista en sus diferentes épocas. Obviando y asumiendo todas las acciones ideológicas de su oponente sin aportar absolutamente nada.

Y así nos pilla la Era Sánchez, en cuya urgencia histórica viene armada en bienio revolucionario, prólogo de legislaturas donde el tsunami dará el cambio definitivo de timón. De la memoria historia a la ideología de género en un país sin fronteras ni concertinas y con 15 parlamentos y dos, por ahora, proyectos de estado cuyo gasto estructural romperá una hucha de pensiones. Ese es el tablero.

Para frenar esto no sólo hacen falta economistas ni abogados del estado, profesionales de lo público y lo táctico cuya ambición reside en el reparto de parcelas cuarteadas de “aparatos”, “partidos”, publicación de “dossieres” y demás. Los chicos del PP juegan su ajedrez autista sin miras hacia ideas, “valores” que se dice ahora y con ausencia de principios, como ya nos mostró Mariano, que en paz descanse.

La transmutación de la derecha en derechona no es más que una amputación del corazón en arreglo epidérmico  de lifting maquillado de centro en el que los únicos mensajes son el de “una mujer como presidenta” o “cambio generacional”. Ambos mensajes ocultan como eslóganes el hacer frente a un estado roto. Y no hablan porque no pueden.

Siguen votando cuando vemos llegar a prohombres-y-promujeres y viceversa. Aunque el voto es secreto, los candidatos muestran su papeleta como niños en un Kinder de papiroflexia, girando hacia los flashes en un vals torpe ante la urna de cartón donde entierran una mutilada gaviota blanca.

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