No, no creas que me alegro, Mariano. En absoluto, no seas mal pensado. Hoy sólo siento pena, que es peor, mucho peor. Pena y rabia, mejor dicho. Pena por tí y rabia por la alegría que desvelaban los adversarios que compartimos.

Ha sido en estas mañanas, fiesta del Corpus en astenia en mayo, cuando asistía a tu finale político oficial, que no real, que ese estaba ya acabado hace tiempo. Y pensaba yo, delante de mi tele al ver unido a tanto mangante en plasma HD: “tanto talento para nada”. Lo sentí en tus réplicas a Sánchez, recreándome en el encaje de bolillos retóricos, sonriendo en cada ironía encubierta, asintiendo en cada artillería de tus razones, apabullando con una diferencia que llegaba ya tarde para hundirse en la nada.

No era una revelación, por supuesto, sino un mero memorial de melancolía, un triste corroborar repetitivo del recuerdo de las consecuencias petrificadas que se engendraron en desengaño atroz de 2011 aunque… ya lo sospechamos años antes.

Cuando ya en la segunda legislatura del infame ZP te fuiste desinflando a gran velocidad, decidiendo ganar “a la gallega”, sin decir esta boca es mía y dejando tu oposición en stand-by, esperando que la tradicional ruina socialista llegase a pedirte clemencia en tamborrada de riesgo y primas. Me empezaste a mosquear entonces, pero no te lo dije directamente porque ante la ignominia ZP y en estado de emergencia no había otra opción. Y la tuya era buena porque a pesar del mosqueo eras la mejor opción, la única.

Sabía que la economía la aprobabas bien, pero me preocupaba lo demás, ya sabes, los principios, valores y esas cosas. Cositas que no cuentan, en fin, para vosotros los tecnócratas de traje gris masón – antes color opus – pero yo pensaba, tontito de mí, que a ti sí te importaban.

Nos quedamos helados en 2011, la última vez que voté. Estuve esperando muchos años, como te digo, porque ya sabia que tu gran oportunidad fue 7 años antes. Tu éxito natural debería haber llegado en marzo de 2004, cuando el destino se torció un día 11 y tras desvalijar 200 muertos los criminales de siempre, se robó el alma de un país. En ese marzo maldito tú deberías haber llegado tras el espaldarazo de Aznar a un país saneado, con prestigio internacional, y propicio para que tú, político de escuela anglo, tuvieras tu sitio en una tierra tan embrutecida. Pero no pudo ser, te quedaste compuesto y sin novia y con el pie cambiado.

Hiciste una primera oposición en la calle, ¿Te acuerdas del primer zapaterismo cuando el país se degeneraba a marchas forzadas y cada día nos despertabamos con una sandez nueva, y se negociaba una amnistía en la sombra?

Pero dejaste pronto la calle al ver la nueva tendencia. Al fin y al cabo, un tío que vive de lo público, sabe esperar cómodo. Esperaste a recibir una España quebrada y cambiada, vieja y cínica pero, todavía, con una cierta esperanza. “La última”, me dije yo, ingenuo y torpe, para cambiar la maldita tendencia a la autodestrucción. Te voté convencido, y conmigo una mayoría absoluta. Y a partir de ahí… llegó el final.

Asumiste toda la mierda heredada. Con lo fácil que hubiera sido dar un portazo y una rueda de prensa unos días después de recibir un poder con Mayoría Absoluta, repito Mayoría Absoluta. Y bajo la certeza razonada de denunciar la quiebra técnica de un país, hacer exactamente la labor para la que te votó la mayoría de españoles. Reformas, reformas.La última oportunidad de hacer reformas en España la tuviste tú, Mariano. Y no hiciste nada. ETA, memoria histórica, abortos, víctimas, faisanes, educación, política de medios, Cataluña…No, decidiste ir a matar al toro buscando el ‘rincón de Ordóñez” de la economía pero con agujero europeo, ni siquiera nacional.

Esos primeros años, en tu limpieza de contable discreto y fiel, fueron en fondo y forma el triunfo absoluto de ZP y su memoria, prolongando su presencia a partir de no siquiera impugnar, sino pugnar con su política.

Por supuesto no te volví a votar, ni a ti ni a nadie. La mayoría tirada ya a la basura te dejó así vendido a ese inmundo carrusel con que nos obsequiasteis votando tantas veces un año sabiendo que era para nada. Así se fraguó una segunda legislatura ortopédica que prorrogaba el absurdo de tu éxito ficticio o peludiaba el éxito real de los monstruos que tú habías creado por no haber cumplido con tu deber.

Y llegamos al día de hoy con barba de papá Noel fundido y asombrado. ¿Te extrañas de las traiciones? ¿Tú,que tantas ideas has traicionado? ¿Te extrañas del tratamiento de los medios que tan bien has salvado?

Pena, pena y pena, Mariano. ¿Para qué sirve un talento si ni siquiera se comprende el juego?

No, no creas que me alegro, Mariano. Ni siquiera me molesto en pedirte que tengas el gesto de dimitir. Que te sea leve, ahora empieza la Historia y puede ser cruel.

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