Como Rafael de Paula, Paco de Lucía y demás, yo debería ser llamado «JM de Melchor», y «de Loli», claro. De hecho la mayoría de la gente que importa, con gran sagacidad me dice: “el hijo de Melchor”, y muchos no saben ni mi nombre, que en sí tiene muchas combinaciones por compuesto e induce a la confusión. Entre nombres, siglas, apodos de combate, pronunciaciones, apellidos y demás verbos que visten la personalidad, yo siempre he preferido ser lo que soy, en fin, el hijo de mis padres.

Uno se puede definir de muchas maneras, y la definición será más incompleta cuando parta de sí mismo y más acertada cuando aluda a los creadores. Ser el hijo de Melchor y Loli tiene más verdad que un Juan Miguel, aunque se camufle de combate y cargo de Almirante o se rubrique en Novoa. Tengo una fuerte conciencia, que no llamaré histórica sino intra histórica, que me forma el ser al modo unamuniano, radical y reaccionario. Radical de raíz y acción con efecto retroactivo en tradición. Consciente así, del Tiempo y la fidelidad al núcleo que me parió, se forma la conciencia de que uno no es más ni menos que la encarnación del sueño de unos padres.

Pienso estas verdades un día como hoy mientras tomamos un Vermut en la planta quinta. Agua, huevos con jamón sin gracia y calor de invernadero. La ventana con berretes muestra un lazo que, desde San Martín a La Antigua anuda el Sagrado Corazón dando sentido al Skyline de la capital. En ventanas parecidas, pero más limpias, hemos visto Vaticanos, mares verdes de Irlanda, ladrillos georgianos de muchos Reinos Unidos, paseos marítimos de Asturias, patrias queridas y medio mundo más. Hemos compartido así visiones y puntos de vista, y degustando vinos y manjares tenemos un paladar simétrico que fluye en la conversación. Siempre  en plan triunvirato, guardia pretoriana mutua, Trinidad con aspiraciones.

Entonces brindamos, después de bendecir mesa y vino, con arrogancia eternoretornista de saber que éste brindis, en planta quinta o en palacio gente al mar de Malahide, con jamón de York o con percebes en Tazones,es, en el fondo y forma, el mismo brindis repetido ad infinitum antes y después, con vocación de unir en comunión a todos los nuestros y romper copas al otro lado del valle de lágrimas.

Feliz día, Melchor. Te quiero.

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