Max y yo empezamos el día con la martingala de estar, como todos, hartitos de Cataluña y sus puigdemones, que nunca soñaron con estar tan en candelero,  ni gastando tanto dinero por cuenta ajena. Y, además, por si no fuera suficiente, se suman al festejo todos los alcaldes de su cuerda, garrote en mano; porque, la vara de un alcalde, se vuelve garrote cuando la yergue un zafio.

<Y encima, -dice Max, como siempre impaciente por quitarme la palabra- ,  PIGdemont, se va a Bruselas, con lo caro que está allí todo.  Que te venden sus grasientos bombones como si fueran kruggerand sudafricanos de oro. ¡Cuidado qué fijación tienen todos estos salvapatrias con eso de que “el dinero público no es de nadie”!>

Y sigue, Max:

<Si te digo que al verlo allí, entre belgas, no me ha parecido tan feo; oye, uno más.  Al final, siempre se viene a cumplir eso de que Dios los crea y ellos se juntan, porque mira que son feos lo belgas. A PIGdemont le ha venido como anillo al dedo tener correligionarios en Bélgica, así sólo da la nota allí, no por feo, pero sí por ser el español màs tonto de los de su edad>.

Mientras Max coge resuello, le quito el turno.

– Pues tienes razón, Max. Yo recuerdo  bien aquellos vuelos de Barcelona a Bruselas, en los que la tripulación adjudicábamos un distintivo secreto al pasajero màs feo del mes, y siempre se lo llevaba un belga. Y lo màs difícil era elegir de entre los belgas al «afortunado». El vuelo, desde luego, estaba garantizado con el ambiente de un velatorio.  Muy correctos, eso sí, pero tristes……. como un entierro de camellitos chicos”.

Max me da un codazo para que aclare que lo del entierro de camellitos chicos, no era tanto por lo triste, que también, como  porque se sentía en el ambiente la poca empatía entre algunos de aquellos pasajeros y una buena ducha. En fin, eran otros tiempos, en los que no debía haber el just for men ni el cat for tots, ni nada de eso; sólo la premonitora Agua Brava, de Puig, claro.


Recuerdo, especialmente, un vuelo a Bruselas en el que propuse, con sorna obviamente, a mis compañeros que, a través del micro del avión,  podríamos organizar el rezo comunitario de un rosario para entrar en ambiente, que yo por aquél entonces me sabía hasta la letanía, y, así, entre el rezo y la merienda, ya estaríamos aterrizando. El ambiente, desde luego, era de lo más propicio.

De pronto, de una fila de clase turista sale una diminuta criaturita rubia como un ángel,  correteando por el pasillo del avión hasta llegar a mí. Y me dice, en una lengua rara mezclada con un marcado acento catalán:

– ¿Quieres que juguemos a algo?

 Miré alrededor y pensé: creo que ésto me lo debo tomar como un piropo, dado lo poco atractivo de la “vecindad”.

Al no ir lleno el avión, atendí con mucho gusto a la cascada de preguntas que empezaba a lanzarme. Le interrumpí para preguntarle su nombre, pero no tuve forma de enterarme.

 

– A ti te gusta el fútbol?

Fue todo lo que le interesaba oír.

<¡Vaya por Dios!, dijo Max, aquí te han pillao, Belencita>.

– Pues…..no entiendo mucho de fútbol, le contesté.

Mi papá juega mucho al fútbol_, me dijo con gesto de decepción por no poder yo compartir  su afición.

Creí que nuestro “flechazo” había llegado hasta ahí. Así que, tirando de imaginación para cambiar de tercio, le preguntè: ¿Què vas a hacer en Bruselas?

– Voy a celebrar mi cumpleaños allí. Estàn  mis primos, esperándome en el aeropuerto, dijo.

– Ahh, pues mira, ( ¡¡ ideaaaaaa !!) para tu fiesta, te voy a hacer un peinado muy divertido con esa melena tan bonita que tienes, ¿te parece?

No dijo ni sí ni no, y se acomodó a mi lado en el trasportín, sin dejar de preguntar cosas. Entonces, yo me afano en mi nueva tarea, haciéndole  trencitas, y recogidos, utilizando los precintos metálicos del avión, que tenían una bolita azul en un extremo,  que ya es echarle imaginación. Y, una vez acabado, le miro y me siento satisfecha de mi improvisado ingenio.

Le animo a volver a su asiento con sus padres, a ver qué les parecía su nuevo look. Pasados un par de minutos, aparece en el galley, Johan Cruyff, con una cara difícil de explicar, que no me pareció amistosa: ¿»Es usted la creativa peluquera»?

No hacía falta contestar. Ni yo podía.

Empecé ya a pensar que no había sido tan buena idea lo del cambio de imagen a su criatura. Y creo que, balbuceando, le dije:

– espero no haberle molestado. Ha sido un juego para nosotras. Es una niña encantadora.  

Él, viendo la interrogación preocupada en mi cara, soltó una carcajada que no me tranquilizó mucho, la verdad,  y dijo:

– Estaría genial si no fuera porque es un niño.

Sentí un llamarada subirme desde los zapatos hasta el flequillo, y me dije: ¡¡sí, sí, por favor, que se funda el avión ahora mismo!!

No hacía falta ser muy listo para adivinar còmo me sentí en ese momento. Cruyff me cogió compasivamente las manos, que yo me había llevado a la cara para ocultar mi sonrojo, y me dijo, sin parar de reír, que hacía tiempo que no le pasaba algo tan divertido. Cuando, a los pocos minutos aterrizamos en la desapacible Bruselas, yo aún seguía en el punto de ignición.

Lo mismo, ya que estamos entre Bruselas, pelos, y sorpresas,  los jueces belgas le rizan la melena a PIGdemont, y le sale algo de cerebro. ¿Quién sabe?

 

María Belén López Delgado.

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