Teresa Sánchez

“¡¡Dios mío, si tu padre levantara la cabeza!!”, con esa insidiosa sentencia mi madre me hacía saber su desagrado hacia algo que yo había dicho o hecho. Con la frasecita en cuestión mi madre quería hacerme saber que, en caso de resurrección de mi padre, mi delito sería causa de un nuevo patatús del susodicho y que yo era una infame. Mi progenitora era todo un personaje y a mí me hacían mucha gracia sus comentarios, refranes y puntos de vista sobre la vida y las gentes. Ahora, con el paso de los años, yo reproduzco  muchas de sus expresiones, porque me hacen gracia y porque así ella vive en mí. Cuando suelto alguno de sus proverbios casi nadie me entiende y se parten de risa. Eso es de la abuela, me dice la familia, y sí, me repito como la abuela.

Y por eso, porque en situaciones especiales encuentro el precepto oportuno de la abuela es por lo que hace un par de días, paseando hacia la plaza mayor salmantina con las amigas y charlando de nuestras femeniles cosas, de sopetón y sin previo aviso, se me vino a la boca lo de qué pasaría si alguien levantara la cabeza.  Al entrar en la plaza por la puerta de la calle Toro, me encontré de frente una masa de color grisáceo, esperpéntica y descomunal, cuya visión me sobresaltó. No tenía palabras para expresar lo que aquello me sugería y sólo encontré una fórmula que ya es de ustedes conocida:

Dios bendito, si Churriguera y Quiñones levantaran la cabeza”.

Efectivamente, las avispadas seseras de mis interlocutoras entendieron mi “ironía” porque sufren mis refranes matriarcales y conocen la historia salmantina, como que D. Alberto de Churriguera, en torno a 1724 diseñó la plaza mayor de Salamanca, y D. Andrés García de Quiñones la finalizó en 1755, aunque también participaron otros arquitectos a lo largo del periodo de construcción.  Pero vamos  a lo que vamos, yo nombré a esos dos arquitectos porque son los más significativos, y porque se estarán revolviendo en sus tumbas a ver cómo ese escenario incomparable que ellos diseñaron y construyeron es utilizado como marco para un bodrio.  Porque mis ojos se encontraron de frente con una escultura moderna y, para mí incalificable. Yo no entiendo cierto arte moderno, señores seré una inculta, pero sé lo que me gusta y lo que no me gusta y “eso” que han puesto en la plaza mayor de Salamanca, un elefante de tamaño natural haciendo equilibrios sobre la trompa, y de cuyo orificio anal sale humo a semejanza de flatulencias cada sesenta minutos, para mí ni es arte ni se le parece.

Cuando se me pasó la sorpresa y mi mordaz lengua manifestó lo que se me pasaba por la cabeza sobre aquella mole, Calla…” me dijeron escandalizadas mi par de amigas, “Calla, que no te oigan, que nos ponen a parir por incultas”. No les cuento lo que les respondí para no echar más leña al fuego, pero pueden imaginarse que me desahogué  en plan nada “conceptual”.

Es que hoy en día todo es conceptual. No sólo el arte, también las palabras, los hechos, la estética, la lógica y la política. Todo es válido si un grupo de poder con medios de comunicación a su servicio etiqueta algo en positivo, o en negativo. Vamos, lo que llamamos políticamente correcto y todo el mundo traga sin protestar para no ir contracorriente y evitar la marginación.

Yo me margino del todo señores, yo no quiero estar dentro de la corriente y, en este caso, la obra del señor Barceló me parece un adefesio. No me gusta por mucho ingenio y originalidad en el diseño; ni porque se haya esforzado en que parezca, figurativamente hablando, un elefante en equilibrio; ni porque haya tenido que hacer complicados cálculos para conseguir que esa mole metálica esté equilibrada sobre una base tan minúscula; o porque la expulsión del humo que sale por el orificio anal esté calculado al segundo;  ni porque sea un artista reconocido internacionalmente. A mí, el “Gran Elefant dret” me parece un esperpento y lo digo.

En los medios de comunicación salmantinos se publican noticias de lo encantados que estamos los ciudadanos con este privilegio artístico y la cantidad de visitas que tiene la exposición del “arca de Noé”.  Es una muestra artística que acoge la Universidad en su VIII centenario y exhibe  en zonas significativas de la ciudad algunas obras de excepcional tamaño. Según parece, el vicerretor de la Conmemoración del VIII centenario de la Universidad se congratula porque este “acontecimiento cultural” nos trae un turismo internacional, marchantes de arte y se hace eco de la satisfacción enorme del vulgo porque el señor Miquel Barceló se ha dignado exponer aquí su obra.

No me voy a explayar comentando las declaraciones del vicerrector sobre la participación feliz de los ciudadanos en la celebración del centenario de la Universidad y del proyecto institucional de la mejora de la Universidad, porque si nos paramos a analizar la calidad de sus enseñanzas,  la consideración internacional a la que hemos descendido como centro universitario y a que una gran parte de su profesorado no figura entre los intelectuales más destacados ni siquiera del país, mejor apagamos y plaf. Encima nos traen  una exposición de Barceló! Para eso tengo otra expresión demasiado vulgar para ponerla aquí, pero hace referencia a otra excreción y no echar gota. No como la del Gran Elefant Dret, que la echa cada hora.

Esto da para mucho, señores, me divierte hacer crónicas al estilo de la abuela de todo lo que veo.  Ya iremos comentando lo del VIII centenario y lo qué dice Unamuno si levanta la cabeza.

Hasta otra.

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