GODOT Y LA BANDERA VERDE

“No se les ocurra salir hasta que venga un coche con la bandera verde, ¿ein?¿ queda claro?, repito: ¡ni se les ocurra salir antes! Recuerden: cuando pasen los ciclistas y llegue un hombre con la bandera verde salen. Mientras tanto, ¡quédense aquí! ¿ein?”

El guardia Civil nos refleja en sus gafas de sol,  observando preocupados y convexos. De un gesto rápido se gira, salta en su moto y acelera dejándonos perdidos en la cuneta. Sólo nos acompaña una moza de chándal negro, como si fuera una parca retorcida de aburrimiento y frío, sosteniendo botes de avituallamiento.

“¿Bueno, vamos a fumar un puro mientras esperamos, no?”

Alex, el conductor, sale del coche y le acompañamos. Está nublado ahí fuera y el horizonte se dibuja de color canícula o amago de incendio. Estamos en un cruce de carreteras sin indicadores. Me he puesto los pantalones cortos esta mañana que empezó de sol y lonjas y ahora hace fresco. Gotor abandona a desgana el asiento de atrás, el de mando, y enciende un cigarro mientras maldecimos juntos al establishment local, para entrar en calor, mayormente. Silvia, nuestra princesa Leia, sale de la parte delantera con gesto de mareo.

Era cerca de la hora de comer en un sábado de fallas y allí estábamos: perdidos mientras una paella nos esperaba en unos cuantos km hacia algún sitio. Éramos cuatro amigos recién presentados en medio de un punto al que el destino nos había arrojado tras varias vueltas en círculo alrededor del puerto comercial más grande del mediterráneo. El teléfono suena, la Mesetaria aparece en icono y me pregunta dónde estoy: “en medio de la nada, guapa, ¿y tú?” Responde que en una gasolinera perdida, esperando que venga el resto de coches.  Bien, tranquila, estamos esperamos a Godot con una bandera verde, en cuanto llegue y estos sepan a dónde vamos, nos incorporamos, ah vale.

Cuelgo. Me parece que llevo aquí media vida y apenas han pasado 24 horas. Empiezo a dar por perdida la cita con la paella en un lugar llamado Sueca, y posiblemente el tren de la noche a LosMadriles. Pero no importa, me encuentro seguro. Me fío de mis compañeros. Y eso a pesar de la poca ortodoxia en las direcciones cuando, al ser preguntado por donde tiramos, Gotor exclamaba: “Tú sigue a ese coche, nano, que parece que tiene iniciativa”, órdenes similares que el conductor celebraba entre risas hasta que nos topábamos con un repetitivo camino de tierra y dábamos un voltio retornista. Era entonces cuando veía asomar el dulce cogote de Silvia volviendo la mirada con sonrisa llena de interrogantes y gesto de niña secuestrada de madrugada. Tranquila, ya falta poco, mentía yo.

Interrumpen mis pensamiento una corriente de ciclistas. Aplaudimos, y como vienen… se van. La soledad se duplica cuando la chica del avituallamiento se mete en su coche y desaparece.  En la ausencia, empezamos a hacer apuestas sobre dónde puede estar Godot con su bandera. Hay empate técnico entre imaginarlo en compañía de meretrices o amarrado al vidrio. En todo caso, concluimos que no parece que vaya a aparecer pronto. Decidimos pues, en asamblea, que hay que ir a buscarle directamente.

Frente a nosotros está la mítica carretera del Saler y 30 km de leyenda. Se apagan los cigarrillos, entramos en el buga, Alex se pone las gafas de sol, Gotor se coloca dos pares de lentes en la frente, la niña ocupa el asiento de adelante y yo wasapeo a la Mesetaria.

Y fue así como conocí la Ruta del Bakalao, también llamada Destroy.

 

ATOCHA 24 H ANTES

Todo empezó un viernes al amanecer. Eran casi  las 6 de la mañana en un Madrid desierto desde el Barrio de Salamanca a Atocha. El romanticismo de la noche se va forzando cuando nos adelanta una legión de furgones azules y polis armados. Salgo del taxi y desde el tono azulón de guardia en cada puerta, veo brillar un cabello rubio que arrastra una maleta cuyas ruedas van despertando a la Corte: la Mesetaria ha bajado desde el Olimpo de la Meseta con su carrito haciendo amanecer en Madrid. En vísperas de duelo la estación dormilona no guarda recuerdos de su tragedia, buscamos velas para rezar y una café para despertar, pero no hay nada. Nuestro Ave se despereza anfibio y nos separamos, ya tan pronto, en diferentes vagones. Se va animando el cotarro con un personal cosmopolita y comercial ocupando sitios. El de al lado mío está libre y rezo al ángel de la guarda cuando, en un pis-pas, la Mesetaria, levitando y con sonrisa aparece en la escena. Me recuesto tranquilo y navego onírico hasta que veo amanecer entre sueños, reflejo doble en las ventanas y hemisferios cerebrales. Las entradas a las ciudades son todas iguales, cemento y raíles, pero la luz es diferente, luce con fundido en blanco hacia el comienzo de una historia. Hay que buscar un tractor amarillo que nos lleve al Norte, vía estación masónica con hall de lujo. Al llegar me tiro a buscar un café entre un grupo de guiris universitarios que van descalzos y desayunan cerveza con croissants.

Afuera hay una pareja guapa que parece esperar a alguien. Me llama la atención la cara de ella y la americana de él. Tomo dos cafés y desde el cristal veo a Curro, nuestro anfitrión, aparecer en escena con pisada firme y gesto directo. Salimos y chocamos las manos y, mientras la Mesetaria se presenta, aprovecho a hacer ajuste de blancos inmortalizando el momento.

 

PRIMER PASEO

Curro es un hombre de orden y agenda pensada. Nos hemos visto poco pero leído mucho, lo cual es una ventaja, conocer la mente antes que las costumbres. El hombre tiene idea de una primera visita “de iglesias”. En su esquema mental dibuja a la Mesetaria como meapilas y a mí me sabe reaccionario. Análisis con matices pero bueno, sin ser tan radical por ahí van los tiros. Le avisé que muy bien lo de los templos, pero que se conjugue con tabernas, claro, pues la espiritualidad hispana es dual.

Paseamos pues, por la Plaza del Caudillo – llamada por algunos irreverente del ayuntamiento – entre mascletás colocadas bajo un sol de justicia. Es un primer paseo en línea casi recta con sol de veraneo, dejando a nuestra espalda estaciones masónicas y plaza de toros, rumbo al Hostal Antigua Morellana. A cierto punto, la ciudad se complica en un laberinto de casco viejo y aparece un color romano pardo que recrea vacaciones de antaño. Hay señeras y carteles, como una canción de fiesta. Una plaza Redonda se nos cruza en el camino, preciosidad de mercado coquetón y eternoretornismo al que la sobra una especie de artefacto que ofrece una sombra posmoderna. La ignoramos y damos una vuelta al ruedo hasta que perdemos la orientación. En una salida espera la plaza de Lope de Vega que acoge fallas embaladas y un templo cuya cabeza de Obispo tapia sonriente unas capillas laterales.

ESMORZARET Y ESTRELLA SOLITARIA

El hostal es acogedor y familiar, las habitaciones están sin hacer y nos piden dejar las mochilas para empezar la ruta que se promete ser santa.

Pero es la hora del almuerzo, first-things-first, nos advierte nuestro anfitrión, rito fundamental que hace parar la ciudad como un Ángelus de colesterol. Nos dirigimos así al primer templo, modernismo imponente del mercado, iluminado de cúpula donde la luz entra por señeras acortinadas. Hay un ambiente muy vivo y buscamos una Estrella Michelín que nos guíe. Almuerzo con ganas y doble ración en un bocata de autor. Al salir nos saluda la cotorra del mercado que, cual veleta, indica el comienzo de la aventura.

 

PASEO AL PODER

Carlos me va explicando el casco antiguo, uno de los cascos antiguos urbanos más grandes del mundo del que sólo veremos una parte por falta de tiempo. La ruta inicial es de templos, como hemos dicho, pero nuestros nuevos caminos improvisan el destino hacia los espacios de Poder. Así que, tras pasear por la Calle Caballeros, con sus palacios y mansiones del establishment, llegamos a la Plaza de Manises donde está la Diputación. El Palacio de la Bailia nos recibe con una vigilancia sonriente y un pelotari valenciano. Estatua original de un juego universal, nos refleja un hombre estilizado que amaga con sacar una pelota de pequeño tamaño, haciendo una estética de frontón más refinado que la versión del norte. Un juego sencillo interpretado desde dos cosmovisiones diversas del norte al sur de la piel de toro: la fuerza contra el estilo, la rabia contra la elegancia.

Dos patios forman el edificio, uno da al espacio público donde nos apresuramos a dar gustosos la primera rueda de prensa a nosotros mismos, y el otro a los centro propios de donde se cuece el bacalao. Allí vemos los cuadros de todos los presidentes, desde los azules a los colorados, desde los fieles del Reino a los que añoran ser País. Pero España, como siempre, está presente en la trastienda: descorremos cortinones y aparece el maestro Benlliure, cuya firma con naranja refleja una corrida de toros, de las de antes, de las cañí donde salían más caballos que toros y la sangre se mece épica.

 

GUIADOS POR LA MARE DE DÉU

Salimos del palacio investidos de gloria, y preparados para saludar a la Mare de Déu. El sol deslumbra y nos acercamos a una sombra de naranjos de los jardines de la Generalidad. Allí se nos parece un San Miguel Arcángel que hace ecumenismo acribillando al diablo disfrazado de dragón. Me mira, levanta la espada y nos indica el camino. Así, al más estilo vidente, avanzamos como si fuésemos pastorcillos a la Plaza de la Virgen donde se encuadran Catedrales, Basílicas y Palacios. Centro de fuerza donde paramos a saludar a la Madre, dar gracias a nuestros anfitriones y pedir que nos acompañe en toda la estancia. Tras el Amén aparecemos por la casa de San Luis Bertrán para entrar en el grandioso Almudín de Valencia, espacio imponente acogedor de grano en el Medievo. Sobre los arcos aparecen murales y ya vemos a la Mare de Deu en plena faena dando dignidad a la tierra y los oficios, acompañada por santos populares en tonalidades bicromas.

 

VERMUT

Sin darnos cuenta es la hora del vermut, rito tan sacro como el esmorzaret. Me separo del grupo para ver llegar a Gotor, lleno de lentes y puntual como un lord a la hora del sherry. Avanzamos a la Plaza de la Reina, kilómetro cero de las carreteras radiales de Valencia. Nos acomodamos junto a la puerta barroca de la catedral y una Mesetaria acalorada desaparece para volver de gala al rito sublimado del vermut. Porta una pamela, túnica y pinta de turista americana mientras pide una horchata que no tienen.

Apuramos las copas en dos Cheers con vista a nuestra cita con el fuego para, de camino acercamos a la Iglesia de San Martín, uno de mis santos devoto. Este templo merecería un tiempo exclusivo y nos dejamos absorber por una bóveda que me recuerda la otra vida en Roma cuando vi el Panteón por vez primera. Deja vu y nostalgia que apenas desarrollo pues nos están esperando. Salgo entre columnas y apunto como iglesia fundamental y pendiente para el retorno.

 

MASCLETÁ: ÓPERA EN 3 MOVIMIENTOS

La ciudad ha crecido su población en horas. Se van cerrando las vías y la gente ocupa aceras y balcones. El sol ya luce crecido y mientras avanzamos a la Plaza del Caudillo oímos entre la multitud:

españoles, ¿tomamos una cerveza o qué?

Una potente criatura con sonrisa nos para en seco. Es Inma, señora de Curro, la mascletá que vamos a presenciar no podía haber sido presentada por genio similar. Entramos al local e invito a unas pintas para conmemorar la fiesta, brindo con Gotor mientras nos inmortaliza la Mesetaria mandándonos a la virtualidad de un click. En medio de la foto aparece Diego desde Rusia con amor, saludo a Lidia, siempre un placer, y me abrazo condecorado con este encargado de conmemorar al grupo.

Salimos y empieza el milagro.

¿Qué te ha parecido?

Todavía atónito frente a lo vivido pregunto a Carlos que me lo explique. Bien, francamente bien, me dice, muy bien, de hecho. Carlos me explica con manos de director de orquesta, la sinfonía, concepto y partes de la mascletá con la misma precisión que si estuviera centrado en una pieza de Wagner. Y lo hace con esa atención al amor de la tierra y la sabiduría de las costumbres. Así me desarrolla el enlace entre los movimientos, la cadencia que se agotará en el Terratrèmol final, la duración del mismo, sosteniendo el ritmo durante el cuerpo de la obra… Me explica el sentido del ruido y empiezo a entender de qué va esto. He filmado el espectáculo pero sé ya que es inútil volver a verlo, o se vive y te lo analizan… o nada. Hay eventos vitales que sólo se pueden entender cuando son vividos directamente en el momento y la mascletá responde a este patrón. El ruido no es molesto, me preocupaba, sobre toda por la Mesetaria, tan sensible a estas “barbaries”, y la observo bajo su pamela que ha disfrutado. El genio valenciano logra crear sentido sinfónico desde un conjunto de ruidos, organizando el caos. La explicación de Carlos me reafirma lo que he percibido sin que fuera capaz de localizarlo. Gracias.

LA PURISIMA

Tras el saludo inicial a la Mare, su protección nos sigue iluminado en toda la ruta:  así la vemos reflejada en azulejos de calles rotuladas y bilingües, dando claves purísimas en el caso viejo de cafés y restaurantes. Nos hemos citado en uno cuyo fondo recoge una imagen imponente de la Inmaculada. Me siento a su vera, haciendo cabecera de la mesa y me escoltan la Mesetaria y Lidia, versiones féminas de la  ortodoxia esteparia y contrareformismo mesetario. Tengo enfrente a Gotor y cuento con un gran angular al local. Pedimos menú y en pocos minutos aparece por la puesta una criatura que despierta de inmediato mi simpatía. Cojo la cámara, hago foco mientras sus rayos convergen en mi plano focal. Hago ráfagas para captar su luz y la sonrisa en saludo delicado, tímido, de una fragilidad que recuerda a la entrada de la Garbo en la dama de las Camelias. Me mira y yo la veo desde el visor, dos dimensiones que se cruzan al levantar la mirada y decir, hola que tal, mientras levanta el pulgar con aprobación. Es Silvia.

 

CATALINA, SANTA Y DULCE

Comemos hablando del drama español y la inevitable política. Lidia me cuenta la sociología de Stalin en Rusia y prolongamos el postre hasta dejar vacío el local. No hay siesta hoy. Las agendas echan humo, no hay tiempo que perder y a la salida del restaurante, camino de la catedral, nos cruzamos con Ximo Puig, alcalde del nuevo orden que se acompaña de su motorizada de guardaespaldas. Nos ignoramos mutuamente y avanzamos a un templo que ya es de pago, como Westminster. Fotografiamos la fachada y seguimos andando para que Santa Catalina se haga presente en dos versiones. Una de horchata y otra de templo. La horchatería clásica presume de antigüedad y sus azulejos relucen de casticismo e historia. Un café a la altura de un San Ginés madriles. Santa Catalina dulcísima que se hace piedra en templo en el Barri del mercat donde nos seduce desde su campanario. Volvemos a saludar al sonriente obispo gótico que adorna mutilado la pared y rezamos la digestión entre bóvedas de crucería.

En la plaza Redonda nos despedimos de Julia y Carlos. Y nos despedimos con pena. Poca gente ha aportado tanto en tan poco tiempo. Ha sido una presentación intensa de la que queda un intenso agradecimiento. No sólo por su afabilidad sino por ese giro que han dado a la agenda oficial mostrándonos sedes de Poder y explicando algo tan complejo como la Mascletá. Nos saludamos hasta la próxima que esperamos pronto.

 

MUSEO DE LA CERÁMICA

El grupo inevitablemente se va rezagando, vamos un poco lentos y entre luces queremos prolongar el día. La Mesetaria y Curro lideran caminando por una estela de cenefas que adornan el pavimento. Si el barroco es la profundidad hacia afuera, el rococó es la superficialidad profundizada. El museo nacional de cerámica adorna la tarde desde el Palacio del Marqués Dos Aguas. La portada ya merece la visita, la contemplación, el delirio, todo. La Virgen del Rosario preside un exceso de atlantes, fieras y ángeles. Desarrolla dos ríos , dos aguas, dos gigantes, una heráldica y una mitología ascendente que se sublima ante la presidencia de la Madre. Cada detalle transmite mundos y uno se quedaría perdiéndose en cada orificio. Pero hay que entrar  y contemplar la fastuosa colección de la que apenas se ve la cuarta parte, rotando el resto en temporadas.

Silvia mira los carruajes y su porte hace juego con las cerámicas. Subimos a cada piso en dualidad de objetos y salones. Los patios interiores dan a ventanas que sugieren pianos con sonido de otras épocas. Me quedo solo en las estancias, pero no hay más tiempo, es un lugar para quedarse a vivir y escribir las memorias en una dulce decadencia. Salgo y ya está el personal bebiendo cerveza artesanal al frente.

 

COMBATE EN EL LISBOA

Nos despedimos de nuestro anfitrión hasta mañana. Ha dilatado el tiempo desde una organización perfecta. Dejo mis cosas en el hostal pero es pronto para descansar y se sugiere una pinta en el Lisboa. Están la Mesetaria, Silvia y Gotor. Me siento al lado del Bandarra, esbozo mi mejor sonrisa, miro de frente a Silvia y exclamo ocurrente y simpaticón:

bueno, por fin un vermut cara a cara, ¿eh?

Silvia da un sorbo a su té y con rapidez declina:

¿ah sí?, qué bien, llevo esperando desde octubre del año pasado.

Zas. Directo a la mandíbula, confusión, pupilas dilatas de asombro.

Si, en Palencia. No está muy lejos de Valladolid, ¿verdad?

Al hígado, cortando la respiración, toma y toma, por bocas. Intento balbucear excusas mientras su mirada observa mi caída. Silvia, dulce ulcísima, aquella delicada Garbo, que apenas hace unos párrafos he elevado a la corte inspiradora de poemas, entre Campoamor y Darío y a la que sólo imaginaba dirigirme en encadenados esdrújulos. Silvia in Excelsis se baja a la tierra y me atiza ganchos dialécticos con una agilidad inusitada.

Pensaba que la palabra de un castellano tenía más valor…

A punto del KO técnico. Soy Cassius Clay en Kenia en el octavo asalto. “Forman” Silvia golpea directas e indirectas bajo la mirada indiferente del universo, encarnado en una Mesetaria que mira a la puerta y de un Gotor que ríe zorro en su sillón.

No hay salida más que disculparse, sorber la pinta. A un cierto punto sugiero ir a cenar, que me han dicho que el bar de al lado está muy bien. Me levantan entre los tres y en procesión doliente llegamos al restaurante.

 

EL KIOSKO

El quiosco es un garito  popular con decoración inasequible al tiempo y legión de camareros que sirven con celeridad mesas y barras. Ambiente de barrio en fiestas, vino de Valencia y raciones. Silvia pide una ensalada gigante que no terminará nunca y yo me como el bocata entero y medio de la Mesetaria. Gotor observa y nos cuenta su cosmovisión de Valencia y más allá. Hay turistas guiris y locales, Jarras de vino y raciones XL, hay alegría y decibelios. Miro a Silvia, púgil vencedor por KO amagando comer su ensalada infinita mientras yo recupero calorías. Estamos a gusto entre el ruido, hacemos las paces y vuelvo a prometer un vermut en Palencia mientras salimos a una calle en fiestas celebrando la vida.

A ver si es verdad

Y se acaba el día pero no queremos que se acabe. Me llaman por teléfono y aprovecho para pasear por el barrio, lleno de terrazas y bohemia. Hay tiempo para dormir y paseo.

To be continued

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