3 a 2 para Nadal y sacando. Es el quinto set y estoy de pie desde hace un rato, quizá desde el inicio del partido. Sin embargo me alzo aún más, quizá ya levito para seguir gritando a la pantalla; animo, dirijo, doy consejos, rezo, pienso… Lo vivo, en fin. Me pasa con más deportes, cuando están implicados los míos, que a su vez me implican a mí.

Desde hace 4 horas estamos viendo la final del Open de Australia en un domingo de lluvia tras las persianas. Es éste un partido diferente, de dos amigos, dos leyendas, dos arquetipos de un deporte. Un gran finale de dos divos, Nadal y Federer que se conocen y admiran, haciendo de su deporte un ballet de legionarios y guerreros. Celda alineada entre el ajedrez y el patinaje artístico, Roger rompe el servicio a Nadal y el público se anima entre grititos, 3-3.  Federer se ha crecido, resucita de una molestia en la pierna y veo a Rafa desaparecer entre la lluvia. Este juego en blanco cambia la tortilla: empieza el vértigo y un hormigueo amargo reposa entre minutos de publicidad. Está nublado en Madrid, es un domingo con vocación de blues, amanecido en pista azulona y acelerada que cubre un todo en gris desde este último juego. Saca Nadal y Roger responde desde el fortín de la línea, subiendo a la red. Rafa lleva desaparecido desde que empecé a escribir, desde que dejé de rezar para plasmarme en tablet. 40 a nada y Rafa parece querer volar mientras agita sus brazos, hablando consigo mismo. 40-30, vamos, resume al forzar un deuce de segundo saque. El peloteo más largo de 26 toques,diálogo de tantas cosas, da ventaja a Roger. Lo celebra como un robot, sin sudor y con flema, aunque no puede rematar a devolver el mazazo de su amigo. Iguales de nuevo. El juego clave es éste, lo saben y sabemos: el que gane aquí ganará el partido. Alerta roja, break, saque para Federer y 5-3. O rompemos o nos rompen. La verdad es una bola cruzada, infiltrada que se muta de un 0 -30 a 15-40 y tiro porque me toca. Y el toque se hace ice, hielo, escarcha y remontada. Iguales, más temblores, match point, aplausos y todos de pie, en formación. Doble falta del suizo, pero el ojo de un halcón da in. Federer entonces ya se dedica a jugar solo, frente a la mirada de Dios, encarnado en ave fénix. La pista se vuelve triangular y acoge al gran ojo que todo lo ve. Pide otro guiño al halcón pero se va, diciendo out, retorna a iguales y otra ventaja. Roger sigue jugando sólo. El halcón mira a Roger, se miran, miramos como se miran, Rafa se esquina y yo me retiro a la chimenea. El último suspiro es un gong de silencio. Nos callamos en palacio, luto en el salón y un gesto de nuestro héroe lo dice todo. El halcón vuela a su Olimpo, hace blues en la tele y gris en Madrid.

Hora de ir a misa.

Gracias, chicos, sois grandes.

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