Colón ventila Madrid desde la bandera de los jardines del Descubrimiento originando una corriente que me arrastra por  Génova, esa calle limitada en frentes opuestos entre el ángel de José Antonio y el búnker Popular. Vía en cuesta donde siempre baila salvaje el aire, sea político u oxigenado, actuando en verano como secador ardiente que derrite lo que en invierno hiela. Corro, por tanto, a doble velocidad, entre el entusiasmo de mi cita y el flujo de la marea hasta el saludo a Don Alonso Martínez, vestido de Metro y anfitrión de una plaza.

Santa Bárbara, se hace así destino y cervecería, entre su quiosco de libros antiguos, mendigos itinerantes, estudiantes y terrazas. Encallo en el metal frío de las sillas, mayormente por el placer de dejarme mecer por las hojas ácratas de Carmena, en su desorden libertario. Mi caña de cerveza dora este Madrid de otoño descuidado cuando,  en el horizonte se avisa un movimiento pelirrojo de chal y tacones que resuenan anunciándose. Me levanto atento, improvisando una alfombra de hojas secas que deja un orden de efervescencia gualda que se hace patria con el contraste de su melena roja.

El rojo es color de combate, de genio. María tiene un alma pelirroja de Hispania y una elegancia francesa que antaño califiqué por intuición virtual como de “nouvelle vague”, que básicamente implica sencillez, espontaneidad y clase. Mujer de chal que brinda con verdejo en cáliz de manos menudas y facciones aniñadas haciendo chocar las copas a sol y sombra; frente a frente para deslumbrar la plaza dando comienzo a la Fiesta y su rito. Desde el primer tercio es una faena ya comenzada, pues la química de las redes se transmite en los escritos generando confianza. Uno no se toma vermuts por encargo o compromiso, las liturgias o son “por naturales” o no son.  Sin embargo, en un momento determinado suena el teléfono y, mientras hablo con la derecha, saco fotos con la siniestra, rompiendo drásticamente la armonía de mi acompañante generando un escalofrío de haberme jugado el vermut… por listo. Y es que esa manía mía de no pedir permiso para nada, parece que la ha sorprendido. Aun así hago dos fotos más saliendo del paso como puedo mientras pongo cara de niño bueno.

“Es que yo no salgo bien en las fotos”, nos miente María, a mí y a sí misma, en explicación muy femenina. Mi desacuerdo razona que todas las fotos que he visto de ella son “ella”, lo cual es difícil de conseguir para mucha gente. Yo mismo, por ejemplo, en las fotos que me sacan – excepto las que me hace Nuria a traición – nunca soy yo, “je est un autre”, digo en mal francés de Rimbaud pero en castizo. Pero María es ella en todas las fotos, normalmente movidas, que nos pone en sus perfiles. Esa autenticidad es la raíz de mi “nouvelle vague”, en recuerdo de ese cine gabacho y vanguardista, donde cámara en mano y guión improvisado ofrecía un resultado fresco.

La conversación es fluida y cosmopolita, de biografías viajadas que nos hace recorrer desde Irlanda a Francia pasando por el cruce de caminos madrileño y deteniéndonos por la “patria” ensangrentada del norte-norte que ella conoce tan bien. A medida que hablamos, la confianza dirige la conversación y su acento se hace vasco, del de “Sanse” y por ahí, guay y sin forzar. Aprovecho entonces para intentar de nuevo hacer otra foto, pero mi nouvelle vague empieza a moverse dócilmente en su silla diciendo cosas como “las manos no” o “este perfil sí”. Increíble, me digo: “pensaba que eras nouvelle vague y me sales Diva”. Sonríe entonces en niña y me atrevo, impertinente y maleducado, para seguir haciendo fotos. María es muy educada y por tanto paciente y, quizá le gustaría arrojarme la cámara al parque o dársela a un mendigo, pero serena muestra su temple y se contiene.

Congeniamos, claro, of course. Tanto es así que se prolonga el vermut hasta que nos damos cuenta de que estamos hambrientos y hacemos abrir las cocinas en un último momento para comer bravas y pimientos que imaginamos de Tolosa. Tras las viandas las horas pasan y la corriente del puerto de Génova se va haciendo presente. Hora para alzarnos crepusculares hacia el interior de los cafés. Lugar para matizar conspiraciones al calor de chocolate entre mesas de tertulias.

Y aquí ya se fragua España, tema eterno, desvelando afinidad de militancia y compromiso, generación ágil de confidencia e ideas. Nuestra amistad nace pues con fecha de Santa Bárbara, entre la patrona de artilleros y la cervecería que bendice un bautizo militante que nos une. Salimos al mundo para bajar Génova, contentos y  a favor de corriente y saludar un Colón de otoño que, con su gesto crecido, nos señala la vía de las próximas aventuras.

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