Y llegó Diciembre. Día uno, en una Meseta de mercados, empieza otra cuenta atrás con el brillo de un Adviento recién comenzado. Muy de mañana, la misma niebla de antaño, apareció para decorar nuevos sueños y viejas pesadillas. Mientras tanto, en el mundo comenzaba el mes bienvenido por luces burdeleras y un personal ilusionado de black Friday, cuando me levantaba un rosario en la estepa que acabará su Misterio en Madrid en llamas. Cierro los ojos, cinco minutos más, para ver una Irlanda nevada de memorias, un Bristol de Christmas Carols,unas Romas iniciáticas de Navonas con mujeres de busto y rimmel.

Se me cruzan así, tan temprano, todas las vidas en el sueño, en cada sueño, lo que indica que soy muy organizado y que estoy envejeciendo a marchas forzadas. Yo, nacido tan póstumo, ya veo que no me queda mucho. Como el mundo, como la vida, como mi civilización perdida. El tetris de los recuerdos me equilibran el vértigo entre la nada y el vacío, para hacerme una escalera vertical que enlace con el sentido.

Diciembre llega y en nada acabará. Y con él el año, con sus fiestas, banquetes que dejan mesas con ruinas de regalos y centollos. Dios en el entretiempo habrá venido inadvertido y le saludaremos, sin darnos cuenta, invitándole a champán, ya borrachos de Papá Noel bailando una nostalgia matrix a ritmo de Dean Martín. Será un mes de Santa Bárbara y Loreto, Inocentes y Constituciones bomba, Inmaculadas, el cumple de mi rubia, recuerdos 20D de elecciones y Carreros, aniversario de nieves y amores Zhivago cuando llegaba de la isla a morir de éxito, loterías nacionales, invierno inaugurado, noches buenas y noches viejas, Navidad, aniversarios de 80 años de vida eterna que terminan en San Silvestre…

Pero todo esto pasará, pasó y volverá a pasar, como ha pasado igual infinitas veces y pasará igual otras tantas. Porque, en el fondo, mientras rezamos tan formales y tan guapos por la Vida Eterna en misas del gallo, al final nos enterramos la ansiedad en  bodegas de Castilla anhelando el Eterno Retorno. En ambos casos, seguimos esperando con ansia a Dios y su sombra brotar desde el cuerpo de una niña santa. Y entonces, será el momento dichoso de abrir palacios, monasterios, tabernas, corazones, vísceras y neuronas para dejarse hacer en Hogar y Templo. Será la ocasión de lanzar un grito de amor y rabia a un amanecer que, por fin, nos quiebre esa máscara que nos impide ver.

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