Me dicen las redes que hace cuarenta años que falleció Cecilia. No tenía apuntada yo la fecha, tan dado a honrar a los míos. De inmediato lo dejo todo e inundo el palacio de su música haciendo que así el martilleo de los trabajadores cambiando tuberías se interpreten, martinetes, al compás de su voz.

Cecilia, una de mis chicas sacras, me traslada así a los primeros veraneos. Mi memoria recrea un coche hacia la aventura entre caravanas mientras el casete rugía inocencia alegre. Cecilia me impresionó desde el principio, desde su peculiar voz de niña de colegio mayor con guitarra. Voz que adquiría personalidad desde el amargor de sus canciones, poniendo un contrapunto a María Ostiz, por ejemplo, en su tono monjil de cuatro acordes. Nuestra chica hablaba del dolor de una España de vendas negras, reflejando un amor que tanto me llevaba al “amamos a España porque no nos gusta”. Pero si algo me enamoró de ella fue el “dama, dama”. Describía con ritmo uno de mis grandes demonios: la hipocresía de la burguesía, en nuestro caso desarrollista. Desde luego ella sabía de lo que hablaba. Niña bien de familia militar y diplomática, tuvo la oportunidad de vivir esos ambientes desde cerca, y contarlo.

Me gustan los cantautores, ya lo digo, casi todos, los de un lado, los del otro y los de las cunetas. Pero mientras unos, la mayoría, hacen lirismo descarnado cantando desde la evasión ideológica, nuestra diva denuncia desde lo concreto, desde la biografía, elevando la anécdota a categoría por el camino inteligente y sin el atajo demagogo. Así se convierte en el espíritu de una época, la de los hijos desencantados del primer desarrollismo español que, en su amnesia de abuelos y vestidos de progreso, acoge los valores burgueses olvidando la forma de vida de los antepasados.

La especie “niño bien”, normalmente degenera en “pijo”, antes “señorito” que, como decía nuestro José Antonio, no es más que la “degeneración de señor”. O eso o progre rebotado, antes rojo, que es aún peor. Es difícil sostener el estatus heredado haciendo lucidez y contando las miserias sin dejarse invadir por el sesgo ideológico o la frustración. Cecilia lo bordó, describiendo una clase y una tierra, incluso elevándose a la poesía feminista y existencialista con el “nada de nada”, brutal autorretrato de tantas mujeres convertidas en anexo vital.

Se fue joven, demasiado, como mi Janis, mujer a la que mando flores del mal cada día mientras leo a Baudelaire. A ti, Cecilia, te mando violetas, enramilladas de afecto, admiración y nostalgia por no haberte conocido. Nos hubiéramos caído bien, chavala, te lo digo yo. Tienes el perfil, el rostro, el talento y me temo que hemos visto casi lo mismo en diferentes tierras.

Bueno, pues eso, amor, no quería dejarte hoy sin este post rápido y sin corregir, veloz como un beso que acompaña una plegaria al cielo de LosMadriles.

Evangelina Sobredo Galanes, Cecilia, DEP

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