Se nos ha ido Canito. Tras recorrer la existencia a golpe de click durante todo un siglo – con su prórroga – la cámara oscura tuvo a bien recoger el alma de don Francisco Cano para ser revelada en laboratorios de la eternidad. 103 años dan para mucho, o para poco, según se mire, pues sabemos, a partir de cierta edad, que la vida no es más que un suspiro bronco que siempre se quiebra demasiado pronto, dejando el placer incompleto. En todo caso, la trayectoria de los artistas y los santos, siempre tienen un aroma de plenitud, mayormente por la huella que dejan en sus diferentes etapas vitales, sea esta huella estética o de obras.

En el caso de nuestro hombre, el fotógrafo, este rastro plástico queda multiplicado en millones de imágenes que constituyen su punto de vista individual sobre una globalidad. Riqueza de la atención que varía desde el testimonio documental del presente inmediato a la contemplación inspirada de otro arte; es decir, desde el documental a la tauromaquia. Así las pupilas de nuestro Cano nos dejan la mística de una época con su Hemingway bebido, Franco de sonrisa hermética , Luis Miguel crecido y matador, Ava felina inmortal, elencos de un Hollywood que pasea su star system en España…hasta el milagro tremendista del martirio de Manolete.

En estos mundos duales, pues, Cano dona su alma visible al más acá dividida entre la crónica y la visión trascendente. De ésta segunda, del reflejo estético de la tauromaquia, creo que es la que va a pasar a la historia: iniciado desde el mito caliente de Manolete al desarrollo del retrato pensado de la Fiesta. Esta doble vertiente de la vista de un hombre, no sólo salva una carrera, sino un alma entera.

Francisco Cano, Canito DEP y gracias.

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