Caminamos hacia el metro entre la euforia de sobremesa haciendo sombra para que las figuras no se deshagan. Es junio en Madrid y el sol golpea salvaje por San Blas. Termina un vermut especial, fin de obra, y entrega, se supone, de la última genialidad del Gran Rocha. Se ha obviado todo el rito, pero no nos importa a estas horas mientras recogemos la caja donde residen tres soldados y una bandera. El niño de Valencia termina su puro, cubano y rubio, y nos deslizamos bajo tierra. El sol es tan potente que, en nuestro camino, ha desterrado el entrañable paseíllo yonki que siempre nos saluda a la entrada del subterráneo. Reposamos en el interior de aire acondicionado de bodega urbana y, en pocas paradas, nos damos un apretón de cuatro manos con despedida hasta Valencia.

Han sido cuatro horas de vermut, reunión de niños en esa guardería perpetua de eterna infancia donde nos cita el artista y anfitrión. Llego minutos tarde y el personal ya está inmerso en consumiciones. Nada más llegar saludo a uno de mis ídolos, el gran Artero que se levanta poderoso, en carisma de tirantes y sonrisa amplia. A su izquierda, abrazo a Rocha que nos viene artista veraniego con camiseta entre los romanos de Fellini y pintor francés de Montparnasse. Una niña formal y tímida de vestido blanco me hace sitio para la cabecera. “¿la conoces?”Dice educado el anfitrión. Si, pronuncio mal el apellido pero sabemos que es mi modelo nouvelle vague. Pedimos caña y Rueda, brindando en un “Cheers” que cada uno pronuncia como le da la gana mientras todos los matices de un sol que huye tras los toldos, se recluyen en unas copas de hermanos.

Y por fin, Curro. Tras intentonas de saludos veloces en visitas Madriles por fin, se sienta para un anhelado vermut que será prólogo de muchos. El personal fuma como cosacos haciendo un ambiente propio de humo de verano en terraza, taberna visible que nos da una intimidad esperada para este rito. Y es que el Vermut siempre requiere intimidad y espacio mínimo, conversación de tú a tú, confidencia que manufactura tiempo y confort para que se desarrollen las historias. Artero habla con los ojos, expresión de haber visto mucho y acierta a contarlo con las manos con un tono vocalizado de tenor, articulado y grave. Comenzamos así hablando de lo de siempre: España y su laberinto, iniciando así una conversación que sabemos infinita y sin solución mientras Rocha ordena nuevas bebidas entre toses. Mi amigo de Levante matiza visiones formando un discurso, con el de Artero, en dueto de experiencias y sabidurías. Como el tema de España es imposible y da para mucho, Curro me cuenta emocionado cómo es su ciudad, desde sus perímetros, lonjas y mercados a la historia del Reino secuestrado en país. Habla fuerte, con leve acento ché, y en seguida me identifico con su actitud. Tiene una visión de carácter entre la historia, la conspiración y la anécdota puntual. Todo ello amasado por un pensamiento que, como diría mi hermano Roge, nos pertenece a los obsesivos y apasionados. Se le nota, y coincidimos, que nuestra visión va marcada con el recuerdo de amistades del otro lado de la fuerza: nosotros hablamos con la derecha pero escuchamos a los rojos, mayormente porque son nuestros amigos íntimos, en esa actitud Nietzscheana que nos impele por instinto a amar a los de fuera para entenderlos y odiar a los nuestros para que espabilen, mayormente.

De repente nos interrumpe un coche negro más allá del toldo. Es el chino, que lleva dos horas perdido por San Blas y va llamando desesperado a los móviles. Lo sabíamos ya porque el móvil de Curro es ultra moderno y se puede hablar con un tal Siri que responde todo. “Siri, che, dónde está el chino”, preguntó sin inmutarse hace apenas instantes a la maquina. “Ya llega, jefe, detrás de usted” respondió en segundos. Fue así como en el delirio de la conversación acertamos a ver llegar al chino acalorado entre parques para venir, respirar, orientarse definitivamente mientras en un acto de afirmación nos indicar dónde está el oeste. Siguiendo su consejo nos cambiamos de mesa “yo me ocupo”, dice Rocha mientras desaparece por la puerta secreta del garito ordenando traer pulpos y demás manjares de adobos, meros, ensaladillas, eso sí, con veto a los zarajos.

Me coloco en nueva posición para ponerme en frente de la niña y saco la cámara mientras Curro ya habla de su tierra en sonetos, el tío. La niña es modelo nouvelle vague, como ya he dicho y por tanto, ante la vista de la cámara se empieza a mover sin guion ni pose, graciosilla y mona con su vestido blanco y coparro de Rueda. La foto quizá salga movida, pero sé que saldrá bien de todas formas. Hago click, miro la pantalla y sé que no haré más. Perfecta, claro. Sale con leve gesto a la izquierda, pendular pero exacta dejando una mirada que se sale del marco.

Artero pide ensaladilla y dejan más botellas mientras nos cuenta historias de la vida en movimiento, otros mundos, otras tierras. Su fuerza es comparable a un niño que ha entrevistado a los Reyes Magos y nos contagia entusiasmo.

Estamos ensimismados en nuestra carpa, puros cubanos, cigarros jamaicanos, en fin y no nos enteramos de unas horas que pasan solo marcadas por las campanadas del tosimiento de Rocha “nadie tose en San Blas, como yo, niño”, me dice orgulloso. Fuera las calles son desiertos de sol y el mundo ya hace la siesta eterna, entre el sopor y la sobredosis. Nos levantamos con pereza evitando que se deshagan los soldados de plastilina y nos vamos chapoteando el asfalto como adolescentes en un día de fiesta entre semana.

4 thoughts on “VERMUT COE 71 – EL GRUPO SALVAJE –

  1. Excelente, magistral, detallada, cinematográfica crónica que nos ha hecho participar del encuentro a los ausentes del mismo y que dejaría an pañales a «munchos» escribidores y guionistas.
    Sea «noragüena», Almirante.

  2. SI SI TIENE MUCHA RAZÓN DIEGO CUANDO DICE Q NOS HA HECHO PARTICIPES A LOS AUSENTES TU ESCRITO MAGNIFICO MI ENHORABUENA Y ME QUEDO CON GANAS DE SABOREAR EL VERMUT COE 71….

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