El eternoretornismo hispano se recalienta en las urnas. Los hijos de una tierra obsesiva, inmanente y repetitiva, han terminado de votar por enésima vez para despertar en mañanas de calor con el mismo vacío acumulado. La selección marca su decadencia frente a la indiferencia general, sueño caducado, finale de nuestros quince minutos de gloria para empezar de nuevo.

Hay un patrón en todo lo que se hace. Lo intuíamos pero ahora ya lo vivimos cotidianamente. Y es que en los países cuyo corazón obvia la libertad, los latidos se marcan al compás del bajo instinto. Este instinto ciego lleva a los españoles a buscar una salida al feroz discurso de lo cotidiano en cuevas de cristales, tan oscuras, llamadas urnas. Vamos y venimos regularmente a la fiesta de la democracia a votar como se eyacula sin fe ni procreación. El sexo sin amor, última invención de la especie, se hizo carne, y de ahí papel para desahogarnos votando para nada, en domingos calientes de veranos largos.

Sin embargo el personal se siente importante todavía haciendo estas cosas. El sexo despista de la muerte, nos dicen los sofistas, así como la votación repetida nos evade de lo real. Ambas actividades crean un mundo paralelo de efervescencia inmediata de euforia en lechos y plazas. El problema es el día después, en lunes de camas sepias y urnas arrinconadas que certifican la ausencia de creación. Entonces viene el bajonazo, en madrugadas sin más rumores que los helicópteros que sobrevuelan por Los Madriles, en un Vietnam castizo multicultural y parado. Bajonazo que se intentará despistar por eventos de turno, sobredosis de fútbol y debates amañados en plasma.

Somos fin de raza, asumámoslo; generaciones estériles que quieren crear pero no saben ni cómo ni dónde, refugiándose en una infancia mental mitificada de risa floja. Las células de España, llamadas españoles, se revuelven así entre el calor de un estío que quiere ser eterno bronceándose en brea y mascullando restos de diccionarios en mentiras de frases hecha, eslóganes, nada. Las urnas arden cachondas de movimiento, como los sexos palpitan sin esperanza, dejando facciones de gusto que serán muecas de soledad mañana.

El bucle eternoretornista tiene vocación de asfixia. El vacío nos va rodeando y no se puede atacar más que por creación individual y trascendencia, vías únicas para aliviar la agonía. Así como la nada produce vértigo, el todo de fetiches con que nos rodeamos provoca hastío. Entre ambos horizontes espera el limbo, que para los españoles – incapaces de salvarse o de purgar – será una eternidad de urnas en las que irán vomitando papeletas esperando incubar un genio que, de la mano de Pandora, salte desde la ranura de la demagogia para indicarnos nuevos caminos que llevarán a viejas urnas.

Hay que salir del bucle, de los amplios espacios laberínticos y egoístas  que, con el mito de una libertad prostituida, nos hace esclavos. Recordemos quienes somos –  si nos queda algo de memoria-no-oficial –  recordemos cómo hemos llegado hasta aquí, rescatando un ápice de memoria virgen que nos haga romper el bucle. Hoy, como siempre, la vanguardia está en la historia. Nos hemos equivocado, todo ha sido mentira y el teatrillo se deshace en cartón piedra. No pasa nada, estamos a tiempo para salir del limbo. Ora et Labora, únicas vías para, por fin, alcanzar un pensamiento propio, aunque sea letal.  Purgar siempre será mejor opción porque, tras las heridas promete la esperanza.

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