Era un mostacho veloz; era una cara curtida; era atleta, periodista y explorador; era un personaje de novela. Era la aventura. Esta es la silueta móvil que encarna una vocación. Nos deja Miguel de la Quadra Salcedo y el mundo se queda sin explorar.

El recuerdo de su imagen me acompaña desde la infancia, desde televisiones pequeñas que se ensanchaban ante mundos inmensos portados por la vista de este hombre entre colores y energía. Con Rodríguez de la Fuente y algún otro, estos seres nos descubrían así la realidad caliente y valiente del planeta. Nos traía, Don Miguel, la guerra y el documental, la noticia y la enseñanza, siempre dotados de una forma de comunicar en primera persona, tan pasional y entregada, que nos metía de lleno en los universos que mostraban. Este arte es cuestión de talento y vocación, con sobredosis de ambos géneros. Uno siempre ha envidiado la pasión por la vida, más si esta pasión se engancha con el trabajo, forjando así una biografía neta, total y visible para el resto de los mortales.

Comenzamos viviendo con Don Miguel las primeras guerras de la infancia, le seguimos en las exploraciones durante la adolescencia y continuamos en sus aventuras, que ya eran propias, siempre. La televisión era el gran medio para entender al personaje, desde el periodismo urgente, al reportaje documental pasando por el entretenimiento.

Entre las proezas que nunca olvidaré está el programa «A la caza del tesoro». Una idea tan loca como genial donde los concursantes en el plató indicaban al explorador hacia donde tenía que dirigirse en cada momento. Éste, en su helicóptero que aterrizaba en sitios imposibles, iba y venía por montañas y valles corriendo contra el tiempo limitado buscando el tesoro de turno. La serie provocaba angustia y desgaste físico por ver al sujeto correr de aquí para allá en un alarde atlético de superdotado. Una vez, en Marruecos, recuerdo que iba por un mercado de esos, que es como el rastro pero con inciensos varios y colorines, con urgencia rabiosa. Con las prisas se debió cargar algún puesto o algo y los vendedores empezaron a gritar y a perseguirle. Yo alucinaba en casa, viendo a De la Quadra huir como un poseso entre aquella acracia de mercaderes furiosos que parecían querer lincharle mientras los concursantes en la tele seguían a su rollo dando órdenes. Todavía me río asombrado con aquella imagen, entre surrealista tipo Marx Brothers y persecución en tiempo real. El programa no duró mucho, ya que habría hecho falta contratar a un ejército de operaciones especiales y aún así no hubieran podido hacerlo mejor.

Más tarde, tuve la oportunidad de conocer a su hijo, en una presentación de una coalición Carlista en Madrid. El chaval tenía la misma vida en los ojos y maneras exquisitas que su padre. Una mezcla de épica Valle Inclán y Zalacaín el aventurero. Él sólo presentó el debate dando paso a los ponentes. Tras su introducción vital nos tragamos un bodrio tremendo de los protagonistas. Entonces le comenté a mi amigo requeté que me había invitado, que lo mejor de la tarde era ese chico, que si le ponían de cabeza de lista seguro que sacaban algo.

En fin, que se nos ha ido uno de los nuestros, un símbolo veloz de la aventura y la pasión por la vida. El recuerdo que nos queda es doble, pues a su obra se le une una imagen tan poderosa como un arquetipo.

Miguel de la Quadra Salcedo . Gracias, Descanse en Paz

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