¿Ese quién es?

¡Es Jesús!

¡Hola Jesús!

Un Cristo de piedra bendice a la ciudad eterna desde un helicóptero. Va de camino al Vaticano donde esperan unos fieles que se arremolinan en la Plaza de San Pedro. Su sombra se despliega sobre el cemento blanco de una periferia en construcción. Sobrevuela terrazas de lujo donde chicas con bikini dejan sus martinis para saludar a Dios entre sonrisas. Un par de periodistas siguen la ruta santa hasta que elijen planear por las alturas intentando ligar con “le ragazze”, perdiendo de vista el Símbolo. Es sólo el inicio. Acompañaremos durante tres horas a uno de los “giornalisti”, Marcello Mastroianni para despedirle en una playa mientras ignora a un ángel. En ambos espacios, arriba y abajo, se narra la caída de una generación y una época hacia el infierno. Es el inicio de la década prodigiosa narrada en celuloide: “la dolce vita”.

Hace frío en Madrid. Tras unas jornadas de brillo invernal, llega pronto la noche. Rodea a los Doré una fila de juventud curiosa en día de diario. Estoy contento de volver a Roma, mi Roma y la de Fellini, la Roma de dos sonámbulos que la piensan cada noche entre sueños conscientes para comprenderla. Se apagan las luces y de mi butaca, al lado de la columna, paso a la Via Vittorio Veneto para saludar a Maddalena, millonaria y ninfómana cuyas gafas de sol ocultan moratones de marido paternal. Hay demasiada gente en el club que anima a buscar lechos sucios de amor guiados por una meretriz que calienta un café en un piso con goteras. Escoltan así la madrugada, atentos proxenetas mientras ignoramos el amor obsesivo de un hogar al otro lado de la ciudad que entra en sobredosis por la ausencia infiel.

Del cielo romano, ya sin Dios, nos baja una diosa pagana del nuevo mundo. El cine sobre el cine recrea una ciudad de plató donde el Trastévere se inunda de alcohol y acordes de rock & Celentano. Espasmos, bronca y huida solitaria a los orígenes para bautizarnos todos juntos en una Fontana sin beso. El sueño y la princesa acaban vistos por un gato hambriento que da paso a un nuevo amanecer.

Se anuncia hoy la visita ausente de una Madonna a la que sólo ven los maleantes. La lluvia desesperada de barrio rompe el glamour frente al dulce chorro de la fuente pasada. Dejamos la fe de carboneros harapientos para recibir de noche el fantasma de un padre fantasma que busca divertirse entre francesas. El desencanto de las canas al viento llega con amagos de infarto y falta de afecto familiar que nos lleva a rezar con el diablo en la iglesia sin saberlo. El tormento interior pide permiso a las sotanas para tocar a Bach e invitarnos a fiestas burguesas de esas donde se finge pensar. La burguesía y sus reuniones sólo tienen dos ilusiones: la intelectualidad y la orgía. Pero en ambas ni se piensa ni se folla, sólo se aburre uno con estilo diciendo frases vacías con ripio. Steiner, el afable amigo que no conocemos, resulta ser el más lúcido para terminar matándose y llevar a sus hijos al limbo. Las cámaras de paparazzo posan para reflejar las lágrimas de su mujer y publicarlas a primera hora del sufrir.

Pero Roma es más que eso. La aristocracia tiene más gusto que los burgueses y sus palacios en ruinas cobijan personas en ruinas que se divierten en la noche buscando fantasmas genealógicos. Marcello feliz habla con uno mientras se pierde con el de Maddalena escuchándose su amor declarado en un eco de monólogo mientras ella fornica entre paredes. En la mañana agotadora suenan campanas de misa y una mujer con velo acompaña al capellán reprochando santidad frente a los ojos de una comitiva que observan ciegos de la fiesta. La vida es un tobogán que va cada vez más rápido hacia el final. Y el desencanto llega sutil en una playa donde, mientras la escritura no acaba de salir, aparece un ángel puro que quiere poner la radio.

Una última fiesta crepuscular y frustrada de cumpleaños cristaliza en una orgía de bostezos humillados mientras la playa es una gran medusa que hace un guiño a los caídos con su ojo fijo.

Paulina, el último ángel, saluda desde el otro lado del Edén, pero ya es tarde. Marcello ya no puede ver, cegado por el ojo inexpresivo de las bestias del mar y de la tierra. No puede, pero saluda cortés mientras el resto de cadáveres le reclaman para volver al jardín de las delicias de la Dolce Vita.

2 thoughts on “LA DOLCE VITA

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