El sol se desliza por las rendijas de palacio y los sonidos de los helicópteros me cuadran el último sueño. Tras apuntar retazos oníricos y orar arrodillado el blues Fiat Voluntad Tua, salgo al mundo con dosis de alegría. Es una mañana de tinte primaveral que me hace levitar entre baldosas de optimismo vital. Cruzo hacia Goya y mirando entre la Concepción y el Ángel Caído, el día se nubla de repente. Entre el templo y mis ojos de chocolate ingenuo se interpone una visión: una hilera de carteles con tipos de sonrisa caducada me rompen el estado de ánimo y la estética del Barrio. Hay un eslogan a su izquierda y posan con gesto de mentiras ocultas. En Goya preside Pedro, más abajo reina Mariano. Anonadado esquivo la avenida como alma que lleva el diablo, refugiándome en calles menores donde dicha parafernalia parece que se obvia. Es complicado porque, creyéndome a salvo, aparece Príncipe de Vergara con el sorpresón de mi paisana Soraya mirándome seductora y fatal.

Corro con mi estómago vacío hasta meterme en Casa Poli, asustado, donde la legión motera patria me pone un café caliente viendo mi palidez. ¿Has visto un fantasma, JM? Me pregunta con honesta preocupación. Si, 3 por ahora, respondo engullendo una porra que no me llega al cuello.

Me voy calmando sorbo a sorbo, verso a verso, mientras pienso en mi peli favorita estacional «Qué bello es vivir». Cuando mi alter ego, Jimmy Stewart va paseando guiado por el ángel Clarence por esa ciudad extraña «que hubiese sido en su ausencia». Nos dibuja Capra una urbe con exceso de adornos y movimiento que disimulan la esencia de la ciudad entrañable donde el prota nació, aquí travestida en polis del mito del progreso liberal.

Concluyo con un segundo café que la decoración en Madrid esta Navidad es un puré bacanal de neones sin Belenes y fotos de hombres sin alma. Nada nuevo. Esta cáscara estética no es más que el síntoma de una época donde se glorifica la nada, como guirnaldas en un túnel, y que veremos pronto organizado en la feria Arco. Museo de horrores donde uno sale, tras apenas una hora, corriendo al viaducto Madriles para pedir la vez en la cola de hombres lúcidos anhelando saltar la valla hacia el purgatorio, que será duro y largo, pero con la estética inefable de eso que se llama Verdad.

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