Escapando de la asfixia ensimismada en que se ha convertido el patio ibérico, huyo entre plegarias y a caballo por la estepa inspirado por el arquetipo que nos lega el santoral. Galope y corazón que recuperan el latido al ritmo cósmico con que se barniza la Realidad. Compás católico que se mueve al tamboril de la Natura y que nos obsequia en este caso con el mítico «veranillo».

Vivimos tiempos desmembrados de estaciones perturbadas que menstruan a destiempo, y así nos levantamos con niebla en las horas de la verdad, primera labor entre penumbras de sueños hasta vermuts de primavera en Excelsis deshecha en tardes tórrida de correcciones y noches heladas de paseo de lobos mesetarios y gatas solitarias. Días fructíferos, en fin, en el mes de los santos donde uno de capa generosa nos ha guiado en esta jornada. Así desde el Poeta al Ave Fénix, saludo al Conde y me postro de rodillas ante las Tres Señoras hasta que me encuentro fotografiando el perfil drástico del Gran Martín.

Desayuno dandi de «huevos de fraile» en plaza con el recuerdo de mi rubia saltarina de azul mientras esquivo caras conocidas y fantasmas internos perdiéndome en callejones Eternoretornistas que desembocan en el camarín lleno de cestos tan vividos en épocas eternas y que giran-girando portando una espiral hacia afuera que arrastra hasta mesones medievales con patios secretos. La vía de los Moros vislumbra el recuerdo de la Esgueva inundada mientras parroquianos buscan el milagro del veranillo en un hueco del sol fumando esperanza. Cortezas y sopas con vino santifican las vías empedradas donde se refleja un sol existencialista que se resbala como el beso prolongado de los tangos para explotar casto en su Reina Antigua. El románico se alza así a lo infinito en su perfil de gárgolas y fortaleza.

La victoria de los San Martín se ve en las piedras de estos castillos bendecidos que nos descubren el arte de la batalla de la Fe. De ahí paseo hacia mi Catedral mutilada, ultimo recuerdo de un imperio trasladado a LosMadriles donde un musgo herreriano resiste en el centro del corazón castellano. Verde horizontal que se deja cantar por Becquer mientras un Penicilino de estanterías de acero sostienen con los huecos sagrados la indeleble permanencia de nuestra Alma.

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