Madrid es un brazalete de luto que pone ‘black Friday’ iluminado por un neón de carmena-carmesí. Me deslumbra al salir del metro, paseando entre mi casa y la Concepción. Saco la cámara y aparece Iñiguez por Goya al que no saludo desde Gijones veraniegos. Velázquez está multicolor inaugurando el bacanal de un Solsticio rotulado en anglo por todo Serrano. Entrando en palacio, se apagan las luces y sueño una mañana con vocación de memoria. El espejo me dibuja como un pincel en un día importante de acontecimientos y me arrojo al asfalto dirección Atocha. El sol de otoño dora la bandera de Colón y el casco de los guerreros del emperador de una galaxia muy muy lejana. A su lado el entusiasmo finsemanal de cuatro amigos de la Voz en el desierto, llevan globos y se suben a sus bicis entre la curiosidad turista.

Madrid ahora es un azul cielo de furgón policial, arma calada y caballos inquietos en semáforos de Cortes. La vigilancia va in-crescendo hacia Reina Sofía donde su plaza se hace roja amoratada. El no-a-la-guerra se desenvuelve en sepia entre banderas de martillos y hoces, libros de Engels y palabras de paz meadas en las baldosas. Subo al estrado entre el Hamelin de una voz subvencionada y fotografío al Kichi y familia que se sostienen entre pancartas y risas. Para relajarme doy dos vueltas al ruedo hasta el nuevo casco del guerrero estelar mientras la espero llegar haciendo fotos.

Mi Uruñuela aparece al fondo, envuelta en áurea propia de humo y pañuelos. Hembra de melena corta y tabaco negro, gesto de águila y chispa contagiosa. Dejamos la farsa y paseamos por el Retiro entrando por un Ángel Caído y saliendo reconquistados por una Granada hacia los brazos del Niño Jesús. En el pesebre urbano dos Riojas bautizan en un brindis este Madrid ya verde de Retiro. Tenemos que apurar para hacer pausa en Asturias y esperar a Nuria. Esta ha llegado desde una pelu de estrés a La Flecha veloz y filmo un abrazo de presentación de ángelas.

En la barra hay tres sujetos bebiendo alegres. Alma brinda con su sombrero Sinatra pero me parece náufrago sin Sol, el singular Enmoto me choca la mano rememorando la última Quedada y un tipo especial se presenta a mi derecha. Es un artista y se le nota. Me cae bien y siento una amistad en el saludo. Se llama Juan y desborda carisma, soy el de la foto de Bela Lugosi, dice mientras voy presentando ritualmente a mis chicas que se apresuran a dar besos impares.

Escaleras arriba acampa ya la romería. Elena y el Chino reciben al personal como una boda y sentado, patriarcal y templado, veo al Gran Amando. Saludamos afables recordando jornadas de gloria en Camelot y pongo mensaje a mi Rubia, princesa azul, que me guarda la Meseta de nieblas en mi ausencia. Victoria y José Miguel, como ayer, como padres, como siempre, llegan entre las mesas, sensación de Eternoretornismo de otra Quedada en mesas similares. Ver a los amigos es volver a casa esté donde esté el lugar. Paloma ya ha cogido 3 sitios. Coloco el abrigo y al fondo de mi fila veo acercarse a una fémina especial. Se presenta y comienza a recitar halagos inmerecidos que me ponen firme. Lo hace con una voz que, desde la modulación de la clase, el tono de exquisitez y el afecto que transmite, me emociona y fascina para terminar creyendo sus palabras. María Belén y su consorte nos saludan e introducen a sus compis de mesa: Inés y marido han venido desde el Reino de Aragón desplegando unas sonrisas acogedoras.

Apenas me acomodo en mi silla, entre tanta emoción, veo a Diego al fondo desde Rusia con Amor. Voy raudo a abrazarme y así salir condecorado de pines y medallas, más Almirante de Castilla que nunca. A su lado el Gran Coque, barba blanca de vida, me remata en saludo con boina brava y recuerdos del Gijón.

Ya condecorado y sublimado de repente se aparece Celedonio. Bohemia andante en su propio contexto como la estrella que es. Saluda cual marqués Inglés y desaparece bajo la mesa para, con singular gracejo, aparecer en la otra orilla y sentarse en la esquina. Todo esto con una naturalidad aristocrática que hace que todo lo que ejecute este hombre sea tan peculiar como natural. Me levanto de nuevo a presentar mis respetos, aprovechando para hacer una foto de la sonrisa de Gloria que, junto a la de Elena y Victoria, me ajustan el balance de blancos de la Olimpus. La cámara está así preparada, yo en forma y los camareros entran formando ofreciendo bebidas que se cruzan en brindis espontáneos.

Una idea de presentación genial da a luz proponiendo a cada comensal levantarse, como en una escuela de las de antes, para presentar brevemente vida y milagros. Se aplaude animoso a la yaya Isabel y me fijo en la criatura que tengo en frente. Es una chica de pelo naranja y ojos oscuros, de carisma interesantísimo y magnético. Con la excusa de hacer mejor la foto me acerco para oír su nombre no se me vaya a obviar. María se llama.

La presentación va a su ritmo y yo, entre foto y foto, dejo un fantasma en mi silla que no se presenta. Nuria me dice que diga algo y yo hago una señal de silencio. Entonces me siento en mi mesa por fin libre, apócrifo y sin identidad. Es hora de comer.

Pero vuelve Diego a la bandera, no le deja la condición al hombre, y me acerco para que nos hagan una foto. Debemos quedar tan bien que no nos movemos hasta que veo que el risotto se va quedando frío. Comienzan a comer todos ignorando a mi querida Uru que ha pedido una sopa de pescado que no viene. Llega-llegando y estamos ya en hogar tras el primer plato cuando la legión del vicio sale a fumar. Les acompaño y entablamos conversación con Don Juan descubriendo al artista y soldado, caballero Regular.

Y van llegando más platos en eco de conversaciones y calor de risas hasta que todo se diluye en los postres en un aire de discursos y de «speeches», como en mis queridas islas. Alma se levanta con el brazo extendido imitando la estatua de Zorrilla y entona su prosa hacia una generación de presentes y ausentes. Palmaria se duplica y del aplauso vamos hacia el otro lado del eco donde Guillermo habla como es: un sentimental con dolor de España donde yo me uno.

La noche va cayendo de gloria en frío fuera, comunión dentro. La romería se descubre hermana y los camareros sirven una copita. Ofrecen cava o sidra. Tras preguntar procedencias no dudo en pedir una sidra que no bebo. Uruñuela pide un Cham-Pán vocalizado que nunca llega. Se brinda en todo caso desde el agua santa  de Don Amando y caen fuegos artificiales de despedidas alegres por ser preludio de nuevas bienvenidas. Hay que decir hasta luego y voy de nuevo a ver a Belén y marido reiterando mi alegría de conocerla.

Así en un último café, la noche se cierra y tengo el privilegio de hablar Isabel de Valencia, abanderada de España en su blusa donde tenemos la oportunidad de debatir una versión de España «popular». No estamos de acuerdo pero me encanta como lo cuenta y es un placer inesperado.

Y salimos tras la enésima despedida. Desde la puerta veo reír a Nuria que sale investida como mi esposa, prejuicio asumido por la romería. Suspiramos es normal, nos pasa siempre en muchos puntos del Barrio de Salamanca y en toda la mitad norte de la Meseta. Nos reímos paseando del brazo mientras viajamos otoñales y confidentes en una noche iluminados por el neón carmena-carmesí que no logra ocultar el faro blanquísimo de mi parroquia, iglesia de la Concepción, que me bendice indicando que empieza el Adviento.

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