Sigue la plaga del calor en LosMadriles y los sueños empiezan a rebasar mi mente insomne. Dicen los especialistas que se sueña en blanco y negro y durante escasos segundos. Puede ser, mas mi insomnio desarrolla cuentos conscientes y sentidos en tecnicolor con duración de auténticos folletines. Con ese peso en mi sudoroso cráneo, levito por una Atocha cada vez eterna hacia mi destino: el iniciático callejón que porta a la entrada de los sueños.

Hoy ponen Vértigo, «de entre los muertos«, una película de Mr Alfred Hitchcock, quizá la más extraña, fracaso en el estreno, boutade para muchos, la mejor obra del maestro para otros. Uno de los primeros libros serios que leí de cine fue sobre Vértigo, escrito por un catedrático de estética y especialista en semiología. Lo que describía en el texto era una visión diversa a lo que yo veía y eso me abrió los ojos a otra forma de ver las cosas.

La declaración de intenciones ya nace en los títulos de crédito: desde el recorrido de un rostro navegamos por la anatomía se entiende/ extiende en un ojo desarrollándose en espiral.  Vértigo no es un sueño, es una pesadilla en color balanceándose por las calles empinadas de San Francisco, en tobogán espiral simbolizado en el moño de Kim Novak donde un protagonista mutilado en cuerpo y alma se va perdiendo. En ese laberinto, bajo una trama detectivesca floja y no creíble, se da lugar al desarrollo de los peculiares sueños del director británico recorriendo, con su rubia de turno, sus no pocos traumas que van desde el fetichismo hasta un catolicismo redentor que cierra la película de golpe como un exorcismo.

Vista en cine y en este estado de Madrid ardiente, no sólo he entendido la película tras tantos años, sino que he entendido a Hitchcock. La madurez de un artista viene cuando se olvida de la trama formal, mera epidermis, y la desarrolla más allá de sí misma mostrando su mundo interior. Esto ya no es el suspense, ni-quién-es-el-asesino. Esto es otra cosa, es un viaje oscuro e incómodo hacia el encuentro de  problemas como la impotencia, la identidad, el amor platónico, la necrofilia y la mentira. Esto es Hitchcock en su madurez.

Se abren las luces más allá de la medianoche y salgo flipado al infierno adornado con guirnaldas arco iris. En mi mente insomne, donde todas las zonas cerebrales se fusionan sólo queda una imagen: Kim Novak de rubia con su traje gris, acento ‘posh’ y perfil de contraluz. Sigo el perfil por las calles estrechas y solitarias del Barrio de las Letras recordando la silueta en espiral de todas las mujeres que he amado.

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