Uno de los grandes remedios para aguantar esta ola de calor pre apocalíptico que nos desazona en el lecho, es encerrarse a soñar despierto los sueños inacabados en una sala de cine. Como saben mis fieles, mi segundo hogar en LosMadriles, aparte de las mansiones de mis vestales de la bohemia, son los cines Doré, sede modernista de la Filmoteca Nacional.

Así fue, cuando el pasado domingo a las horas donde se unían el blues crepuscular con el bochornazo indefinido, corrí entre sopores por el barrio de las letras anhelando soñar en italiano de la mano del maestro Vittorio de Sica. Esperaba, de nuevo, un milagro en Millán. No fui el único creyente, pues la fila agotada atravesaba los umbrales del recinto. Entre los dos lados de la puerta principal habría una diferencia de 20 grados, y el personal del exterior se iba deshaciendo hacia el oasis prometido sito en la Sala 1. Ante tal multitud temí, hombre de poca fe, que se ocupara mi trono. No fue así. Los que buscamos el ángulo alternativo estamos aparte del gusto popular de acomodarse centrado.

En las butacas bermellón la temperatura se adecuó al sueño consciente cuando las luces huyeron dejando un esplendor en blanco y negro. Tras los títulos de crédito volvió a aparecer mi querido ángel anciano recoger a un Moisés italiano en un campo de lechugas. A partir de ahí todo es pureza. En una narrativa casi sin diálogos vemos la evolución de una infancia, himno a la imaginación, que descubre la realidad del mundo cuando, en secuencia vital, la ancianita angelical, ante un río de leche hirviendo derramada, descubre lo que es la creación para el niño colocando piezas de construcción y transformando la realidad…en lo que es. Genialidad, declaración de intenciones para lo que va a venir luego al muchacho.

Tras la patria infante la historia se hace neo-realista en clave de fábula describiendo magistralmente qué es eso de la ‘lucha de clases’ desde una pobreza a la que nunca se glorifica – como nuestro Buñuel pero en dulce –y que pone el punto de vista en la persona y el modo de ver las cosas. Así el genio de De Sica nos cuenta con una ligereza de medias sonrisas una de las historias más terribles de la forma más hermosa, critica devastadora. Cuento de ángeles desarrapados donde, los que nada tienen no tienen donde reposar la cabeza, como nos dice la Buena Nueva y en este exilio donde la felicidad  sólo existe en el sentido del corazón sólo queda una dignidad que vuela a las alturas entre escobas robadas a esclavos.

Las luces vuelven y salimos del sueño en blanco y negro a la realidad cutre de un infierno decorado en arco iris y, aunque la temperatura sigue igual bajo la luna, todo es ya distinto. Busco entonces, ya más de medianoche, trozos de sombra helada que me va acurrucando como mis mendigos al sol, mientras recuerdo éste sueño cono se recuerdan los que se viven conscientes: escribiendo.

 

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