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En la Argentina cuando haces algo grandioso te dicen “Sos Gardel”. Descubrí la expresión en Roma con un amigo sacerdote de la pampa que oficiaba en el sur de Italia. Ayer fue el aniversario del hombre que inspira la sentencia: Carlos Gardel,  investido a Mito hace 8 décadas en el sumun de la gloria terrenal. Sucedió en el primer tercio del siglo problemático y febril donde el que no llora no mama y el que no afana es un gil. Dicen que en el entierro lloraban los empedrados de los arrabales y que el río de la Plata se desbordaba en lamentos.

Para mí, el mito de Gardel se me aparece como una sonrisa engominada en planta de caballero antiguo, valga la redundancia, de donde sale una voz de gramola que arrastra poesía del barrio hacia los Olimpos. El Tango, ese milagro, donde se requiebra la canalla gambeteando en un 7 a un destino de carencias entre luces de gas y barrios calientes.

Mis domingos por la tarde de mi biografía pre-conquistadora me acomodaba en los salones de palacio con mis tíos fumado habanos y bebiendo coñac “Carabela” y disfrutábamos entre humo de toros a las 5, la nostalgia de arrabales poéticos. El tango, la copla, el bolero, es pura literatura del mejor pueblo que se encarna en movimiento de dos ejes: en la forma de interpretar, y con la gracia de bailar. El baile del tango es interesante por espectacular y porque  el hombre puede dar el pego, sin saber mucho, ya que todo el esfuerzo lo hace la gachí y nosotros con poner pose de chulo de barrio, evitando que no se nos caiga la musa al empedrado, cumplimos. Yo tuve mi época del baile del 7, con una morenaza española con mucho genio– mi perfil natural – con la que tenía grandes rebotes tras la lección, dado ese temperamento mío que desafía la paciencia. En el camino del compás fuimos desenredando cada semana el laberinto hasta que la pasión se nos atascó en un remolino inmanente explotando en broncazo en una ruptura dramática muy tanguista.

Amores de tango, pues, entre la sensualidad y la pérdida, como temas favoritos de los poetas del bandoneón donde conviven la madre querida y la  Margot de turno, hasta desengaños que desembocan en la calle Corrientes 348 segundo piso ascensor donde, sin porteros ni vecinos, se ofrece cocktails de amor.

Amores, crímenes, nostalgias, vividores y meretrices, cantos a la amistas que Gardel interpretaba como nadie desde el gramófono que, desde la eternidad nos ofrece vida. En Argentina también dicen, cuando le escuchan, que “cada vez canta mejor”. Cierto, esa es la permanente resurrección del Mito.

 

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