Apareciste, Lalo, por fin apareciste. Te fuiste silencioso y distante, como si nada, sin decir adiós, de chándal y sin documentos ni pasaportes queriendo desaparecer del todo entre la noche y el río. Pero volviste, porque el mar de los pucelanos te ha traído para descubrirte en tu sitio.

El Pisuerga. Nuestro mar viejo y sabio de fríos, lluvias y cuerpos, te acunó durante días para devolverte justo a las orillas del Olimpo, donde ya colgaba tu inmortalidad, tan prematura, en ese templo donde fuiste coronado como una divinidad única forjada entre tantos héroes que fueron tus compañeros durante tanto años.
Hay muchos tipos de inmortalidad, Lalo,  y quizá solo importe una, la del alma, aquella por la que  llevo rezando desde que me temí lo peor. Sabes de lo que hablo, tienes mi edad, somos paisanos y hemos ido a colegios parecidos, donde hablaban de eso del alma, aunque ahora me parece que no. Y los dos sabemos que el alma existe, no se puede ocultar, flota en todos los Pisuergas y busca siempre esa gloria que asciende mas allá de las alturas de cualquier templo.
Fíjate, yo estaba en Pucela esos días en que desapareciste. Me golpeó la noticia como un soplo al corazón y salí de casa para caminar hacia el polideportivo, vivo cerca, me tome un vino en el Carex y continué mi marcha por los puentes en paseo repetido y crepuscular mientras rezaba y miraba de refilón al reflejo oscuro del río.
Rezar bien es lo que mejor ayuda a pensar y me di cuenta, entre los ecos del fiat-voluntas-tua,  que se acompasaba igual la desesperación y el sonido silente del rio, Lalo, y por eso me temía lo peor.
Pensé: joder, ojalá nos hubiéramos conocido, chaval, y hubiéramos pedido un tiempo muerto dando un paseo por estos puentes tras tomarnos un vino. Y hablar, razonar que la vida es infinita, que lo que pasa a esta orilla, rompe y jode como mucho, pero es solo eso, coño, hay mucho margen en la otra orilla del Pisuerga Celestial, y que pasan muchas cosas entre medias, que en esa distancia eterna todo se encaja… no sé, una conversación en calma entre dos chavales hablando de la vida y calmándose. Encima tu, que ya eras un dios, que ya habías tenido acceso a un ápice de inmortalidad, y por tanto sabías tanto la importancia, como la insignificancia, de mostrar colgada tu inmortalidad en un número 5 intocable, como un esbozo, reflejo mínimo, de un alma que debe ir más arriba que la altura del pabellón.
Como no existió esa conversación, Lalo, me permito escribirte esto, porque yo se que lo puedes leer ahora. Tómalo como una plegaria de rabia y amor de Dios. Una de tantas que te estará llegando arriba.
En fin, te querías ir, pero de la Vida, amigo, no se puede escapar. Hay un Orden que lo ve todo y siempre nos trae a nuestro sitio del que no se puede ir. Ese Orden ordenó al Pisuerga traerte a tu templo, cobija el cariño de Pucela y el deporte para tenerte en la memoria y, eso es lo más importante, ese Orden ha creado a los corazones purpuras castellanos que conocen la vida y la desesperación para que te recen con fuerza  para acercarte el alma a la gloria merecida.
Lalo, no sabes cómo  lo siento, estoy tocado, pero yo se que estamos solo al principio del otro partido,  de la Vida. Ponte el 5 y juega.

Lalo García – DEP

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