Parece que fue ayer. Suena el teléfono muy de mañana, la voz de Pandora al otro lado del Cantábrico me dice “hi, lussia is dead, lussia, so sorry”. Tardo en reaccionar, estoy en un último sueño lleno de tristeza prematura, clarividente, fuera el mundo está gris de lluvia anglo.
Paco de Lucía ha fallecido en México y a mí me lo comunican desde Leeds. Una voz de ébano, de vida, en tono blues, mas blues que nunca, ese flamenco de negros, me da el pésame por uno de los nuestros. Cuelgo, miro al techo y las lágrimas de lluvia me llevan a la bohemia de Gloucester Rd a ver viejas caras de antaño, esculpidas de penumbras preguntándome qué es eso del flamenco y deshaciéndose en elogios por “pacodelussia”. En esas tertulias de antaño España estaba presente en el arte, como siempre ha estado, ya que mas allá de ese horizonte, todo es difuso.
El flamenco unía la conversación con las razas mestizas que se reconocían en el grito, el ritmo aparentemente ácrata que nace del fango para sublimarse. Se hablaba de souls, blues, tango, coplas… la música que sale de las gargantas sufrientes. También se hablaba de las gargantas celestiales de las escalas angélicas y  ambas creaban un universo allí bajo la lluvia que nos recogía a las biografías errantes.
Sin embargo era más popular la pentatónica que portaba belleza y rabia y, claro, Paco de Lucía era ya mítico protagonista. En una tierra donde todo el mundo tocaba la guitarra por exceso de lluvia y querían seguir la estela Beatle, donde se discutía si era mejor el escocés internacional Mark Knopfler o el british Eric Clapton, ellos mismos, comenzando por Keith Richards, reivindicaban al hijo de Lucía como un dios inasequible, de “otra liga”. Incluso Knopfler reconoció que tras ver a Paco de Lucía en directo se dio cuenta que él no sabía tocar la guitarra.
La clave, en todo caso, era el flamenco, una palabra que resuena desde las profundidades de Andalucía llena de leyenda, prejuicios, magia, falseado con múltiples disfraces, como los tangos instrumentales sin olor a barrio, vistiendo de gala forzada a una mujer salvaje que está mejor desnuda. El flamenco precedía, introducía, presentaba en mi exilio británico a Paco de Lucía.
Pero el genio era más, no solo eso. Lo explicó perfecto en los primeros setenta cuando una generación nueva daba el salto al Olimpo: “Nosotros intentamos hacer música con la guitarra flamenca”
Ese era el proyecto, dotar de personalidad, crear y descubrir, sublimar a un instrumento que había sido más de combate, subalterno, en traje de plata, y levantarle desde la tónica-dominante a dominar por fin la armonía y quebrar el ritmo manteniendo, eso es sagrado, los pilares de los cuatro acordes como cuatro columnas dóricas donde se sostiene el templo inmortal del flamenco.
Y lo consiguió don Francisco a base de oído, disciplina y talento. No sabía leer música en los 70 pero depuraba la técnica. Depurar la técnica “para poder improvisar”, ojo. Eso le define como un artista anti-moderno, clásico y eterno. El modernismo de la inspiración, improvisación y vacío de técnica lleva el mundo del arte al vacío – como vemos todos los días –  pero Paco lo sabía tan joven como un viejo profesor: “La improvisación supone expresar el estado de ánimo del artista y para eso no te tienen que molestar los dedos”.
Lo podía haber dicho Sócrates, pero lo dijo él, místico de Algeciras que era feliz en el Rocío en soledad con una guitarra y un caballo. Místico de gesto y figura, purista que buscaba la noche brillante del alma a contracorriente: “porque en la noche hay ruido, yo no puedo tocar con ruido”.
Escribo a Pandora dando las gracias por su llamada, rezo a mi Madonna del parto por el alma de Don Francisco Sánchez Gómez, Paco, el hijo de Lucía y Antonio, esposo y amante de la guitarra y me pongo a oír fandangos de Huelva, “el género más puro” en sus propias palabras.

RIP y gracias, Maestro.

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