Queridos Reyes Magos,
 
les escribo en el último momento desde las vísperas de estas primeras Fiestas del año que esperan la Epifanía y, que mi amiga Jackie llama «little Christmas». Les escribo en el momento justo en que amanece mi día más hermoso del año, solo comparable al Jueves Santo
 
Como bien saben, Majestades, llevamos en contacto epistolar cerca de cuatro décadas, que se dice pronto. Cuarenta tacos donde hemos mantenido contra viento y marea una comunicación epistolar entre edades, etapas, países, islas y marejadas donde hemos aguantado el tirón, comunicando algo tan difícil como es el deseo por vía de la ilusión.
 
Quiero comenzar  diciendo que ustedes han sido inspiración para el descubrimiento de mi vocación por las letras, ya ven, como se escribe la historia de un sujeto emboscado en ciencias puras. La excusa donde aprendí, tan precoz, a intentar explicarme a mí mismo a través del deseo, radiografiando mis ilusiones mediante ese ámbito tan sagrado de la Palabra lanzada a la eternidad de tres sabios.
 
Comencé, entonces, a escribir prosa metafísica aunque no lo supiera. Y no lo debí escribir mal porque ustedes respondieron siempre. De hecho, de esa forma de contar, no he salido todavía.
 
Escribía infante en papel decorado y con lápiz de goma, posteriormente con folio cuadriculado y lapicera para, finalmente, terminar tremendista en folio blanco y tinta negra. Dos armas terribles para un niño, con las que a fuerza de pulir, entre el amor y la rabia, me he terminado esculpiendo el ego a tiros para devolverme la imagen ensangrentada en tinta de lo que soy.
 
Les he escrito cada año en diferentes estados de ánimo, pero siempre, siempre, con dos constantes: mantener el estilo y no pedirles nada.
 
Esto último es irrelevante, aunque suene fuerte, y ustedes bien lo saben. Mi carácter no es de pedir. Nada, nunca. Sino de agradecer a la vida lo que me da constantemente y que está siempre por encima de mis merecimientos y expectativas. Soy consciente de que estoy engendrado desde un amor tan incondicional que intimida a la providencia, y, si acaso, en ese camino del valle de lágrimas las cosas se tuercen por una de mis locuras quijotescas, falta tiempo a una corte angélica para guardarme con mimo y no dejar que me destroce del todo. Fíjense, casualmente la mencionada del primer párrafo,  reina de las ángelas, pasó estas Navidades aquí. Fue hasta la misa del Gallo, como un milagro de una peli de Capra paseando entre la niebla – ya saben que mis ángelas pueden ser rojinegras – como la bandera ácrata –  y siempre heterodoxas… pero ángelas anyway.
 
Sin  embargo es mucho más importante, como les decía, la mención el estilo, ya ven. Yo escribo como vivo, sin más pretensiones que hurgar en los costados de este milagro llamado Vida, con cada coma, aunque las pongo casi siempre mal, como bien ven. Los dandis de Gloucester rd – esos sí, ángeles Caídos – lo llamaban arte-por-el-arte, mientras mis ángelas continentales lo llaman “don”, como el doblar de una campana de Hemingway.
Never mind, es un estilo inútil, y por tanto sagrado, un intento de dar forma a la lucha por la salvación del alma, que es en el fondo el único objetivo vital para nosotros.
Bueno, en todo caso, como digo, no les escribo más que para agradecerles la divina inspiración que me hace ser consciente de que existo, vivo, y soy capaz todavía de mantener la mirada que me donaron los míos en esa patria de la infancia que nos guía en la espiral biográfica.
 
Nos veremos en horas, el champán está ya en el salón, donde siempre, entren tranquilos. Jugaremos a las cartas, entonaremos el cumple a Melchor y les veré marchar a sus cosas bajo la niebla entonando mi «hasta siempre» de tos bronquítica curada por el calor del abrazo que dura una vida.

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