Una cita con Kafka consolando a Temis en los juzgados de la Plaza de Castilla entre tonos grises que decoran el mínimo espacio que queda entre la nada y el vacío.
  
Era un domingo a media tarde, comenzando las horas de sobremesa preludio del Sunday Blues. Habíamos quedado en un hotel guay en todo el corazón de la barriada. Lugar propicio para un domingo iniciático de presentaciones donde mi hermano -el bohemio mesetario- llegaba a la capital con su supernova para encontrarme con mi Eva in excelsis. Se trataba de que se conocieran las reinas que nos habían imantado a Los Madriles desde diferentes rotaciones.

 Never mind, tras los besos y palmadas nos alojamos al lado del gran ventanal entre cocktails rojos sin alcohol y cafés bombones comenzando una charla de proyectos enmarcado bajo un murmullo taurino en plasma plus. Dos señoronas con permanente típica de la zona toman el té en la esquina. Una va en trono de ruedas, la otra da órdenes, hembra de armas tomar, no tomes mas azúcar «Peque» -aquí la gente se apoda así-

 En el enésimo proyecto utópico estamos enfrascados sin advertir la entrée del prota en el escenario haciendo el paseíllo como un Manolete demacrado, gafas de sol, gesto de cojera estudiada, que se sienta con las damas para mostrar una sonrisa de diente de oro. En el contraste de perfiles, el gachó puede ser un sobrino trepa, el hijo pródigo o un infiltrado. Todo y nada. El proyecto nos absorbe en dialéctica del triunfo, las chicas se caen bien y ríen, doy otro sorbo al cocktail, brindis rápido que me aísla de una sutil una corriente a mis espaldas que seca el tiempo

  ¡mi bolso! ¡Se ha llevado el bolso!.

 La realidad a partir de esa línea se recuerda en alta velocidad y cámara lenta, amasijo de instantes. Volamos hacia la salida mientras «Peque» sigue tomando su te verde y autista. Tras la puerta principal, en ese domingo solitario, aparece en la calle un ejército espontaneo de minusválidos como extras de Berlanga en sus sillas de ruedas. Más allá de ellos una furgoneta sucia arranca con ronquido lumpen hacia el horizonte.

 Confusión, estrés, comisarías cercanas, camareros apáticos, cámaras, tengo el móvil menos mal, testigos, ¿le has visto?, las señoronas no saben nada, se sentó a ver los toros, olía mal, no le habíamos visto nunca, «Peque» termina su te.

 Comienza otra película. De cine negro tirando a gris rodando en comisarías de azul manchado, no podemos ir vengan a la más cercana, papeleo, hastío de domingo por la tarde, guardia. Le llamaremos para la identificación, gracias.

 Y pasa la vida entre largas semanas cuando suena un teléfono inesperado para una cita, dígame si lo reconoce, miro la fotocopia borrosa de cinco payos con mirada torcida, parece el del medio. Vale, firme, media sonrisa, no puedo decir nada pero, pero….. Le llamarán para la rueda de reconocimiento.

 Un miércoles de otro mes el inmortal motorista-de-Franco con casco llega reluciente a palacio para inaugurar el acto nuevo dejando un burofax. Plaza de Castilla, apología de lo gris, templo de archivadores, personal-impersonal, biografías con cuerpos encajados en el entorno, la estética es el mensaje. Espera de pasillos.

– pues no va a poder ser hoy la rueda porque se ha muerto el padre del presunto. Lo justifica aquí, mire.
– vaya por Dios,

 Sigue pasando el tiempo, llega un poco de frío en estaciones de invierno suave en Madrid. El motorista retorna ilusionado con su burofax como la carta de una fatal. Vuelta a los palacios grises, máquina que pita de metales, no se puede meter la cámara, tome este número. Nos saludamos todos de nuevo, espera de pasillos, somos los mismos, eternoretornismo.

 – vaya, es que no hay personal suficiente para la rueda de reconocimiento, que contrariedad. Le pedimos al presunto que venga con más gente, pero no ha traído a ningún colega y no hay nadie en el local que se asemeje, ya sabe, para garantizar la objetividad.

– claro, claro..

 Llega un veranillo a Madrid en este otoño falso, excepción en la estación, cuando un tercer motorista del apocalipsis enseña un burofax ya sepia, séptimo sello prematuramente envejecido.

Sobre la línea 10 el personal espera en la calle a Nicolás, paso por metales, dejo la cámara directamente y subo por escaleras los 6 pisos otra vez.

 –Pues a mi amiga la han citado ustedes pasado mañana
 –¿eh? Eso es imposible! ¡¡Es hoy!!

 Fallan los telegramas, el mensajero, la taquigrafía, el sistema, el diseño de la Creación… el Otro en todo caso, siempre falla el Otro, nosotros no, ya lo ve.

 – No sé quien falla, pero yo no vengo mas, ¿eh?
– Están abajo en los calabozos, a ver si es posible.

 Mas pasillos, Kafka coqueteando con la señá Temis que hace los pasillos y la calle, ciega y coja, pobre meretriz en busca de sentido en palacios sucios. Bajamos a los calabozos en un ascensor mínimo y único por planta, espere aquí. Cierra la puerta de metal y contemplo un cuadro negro bajo cables desahuciados.

 -Pase, pase, no le pueden ver desde el cristal, fíjese bien, tome su tiempo, el acusado puede ser, o no, alguno de los que hay.

 Enfrente de mi 5 yonquis están sentados. La mitad murmuran descojonándose de los pringaos que habitamos este lado del Mississippi.

 – no me acuerdo, la verdad, hace mucho de eso. Quizá el número 2 por el gesto de la boca. No estoy seguro.
– muy bien, muy bien, «el gesto de la boca», muy bien

 Firmo, me voy. Ya he acabado, ¿no?

 – a ver que dice el juez, en fin, le acompaño a la salida
– vale gracias, Feliz Navidad

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