Comienza un fin de semana intenso. Se acumulan, entre un frío precoz, acontecimientos mayúsculos, recalentados, en jornadas de luz corta cubiertas por llamas de lunas llenas.

En Madrid, la capital del Reino-destronado, empezamos ayer recordando, 25 años no es nada, la Caída de un Muro de la Vergüenza… apenas olvidado porque va todo ya tan rápido que hemos perdido la conciencia del tiempo y no sabemos si hace un cuarto de siglo de aquello… o menos de un mes. Nos consuela saber, sin embargo, que las generaciones de la ESO, en su limbo, no saben de qué hablamos. Debe ser, creo yo, que estamos al final, como los relojes de arena a punto de expirar y así permiten ver cada grano irremediablemente cayendo al ocaso.

 

25 años de muros caídos, si, mostrados en una efervescencia de luces por Alcalá, mírala, mírala, presentados el jueves, por serios alemanes, declinando educadamente danke y presentando, con ecos rugientes, a un sheriff de serie B gritar «tear down this wall Mr Gorbachev»en las postrimerías de aquella guerra gélida vencida desde el far west caliente tan afinadas por Vaticanos carismáticos y permanentes.

Era el siglo XX – cambalache, problemático y febril – que glosaba el nuevo mundo ebrio de mate e ironía, el siglo mas criminal de la historia, el siglo de la Utopía, puta de lujo que se desnudaba resabiada tras telones de acero. Talones que terminaron ocultando la tristeza acumulada de barrios homogéneos de un mismo cemento. La Utopía, esa zorrona, que seducía al hombre-individuo para  convertirle en ser humano de masa y nada.

 

Se caía la Utopía a pedazos, a pedradas en utopía, el no-lugar, el vocablo más nefasto travestido del sonido más bello. La utopía se inventó millones de seres en el anonimato haciendo un falso reinado del pueblo, camaradas, nada, dejándoles descansar entre las nieves cubiertas de alfombra roja.Se acabó el muro… y comenzaron mas fronteras, porque la especie no para, se cansaron de gritar los gritones para que, pasando el tiempo, el esfuerzo se base en crear fronteras de la nada, sublimando el rencor sobrante que nunca falta para seguir violando la historia. De Berlín a Barcelona, con el foco en Madrid, iremos contando el capítulo enésimo de otro muro, éste de cristal, tan hispano que se pule en espejo en este eterno-retornismo que invade la ceguera de los pueblos sin fe ni inteligencia, tan destinados a moverse por un instinto espiral hacia dentro, como bueyes empujando la rueda de su fortuna.

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