Y se cerró la semana con una conga en Gran Vía. En una coreografía de sonrientes pelucas multicolores danzando, antes del vermout, para celebrar victorias refirmando su inmanencia bajo un cielo de color gris plomo.

Entre fiestas hemos asistido a las dos imágenes contrapuestas que definen una época y enmarcan los dos extremos espirituales en que gira la España de hoy. Si hace un domingo las calles se manifestaban por la vida potencial, ayer por el derecho a eliminarla legalmente. Entre la ley natural y la autoafirmación ideológica se abre una espacio infinito que explica todo.

El tiempo, mientras tanto, ya se ha nublado y se acelera, vestido de anochecer, hacia el ocaso de las “cuenta-atrás”. Así como hay jornadas que nacen muertas, hay semanas con vocación a marcar historia a fuego para firmar el acta  de defunción de una época.

Y es que la semana crujía de actividad: Gallardón cambiaba de curro y el partido en el gobierno hacía cálculos para decidir olvidar las promesas que nunca creyó. No ganarán votantes, pero la pérdida no será traumática entre los suyos porque, al fin y al cabo, nuestra pequeña burguesía es tan estéril como sus élites. En economía las cifras macro animan al establishment porque tras tantas medidas de encargo europeo, al final entre el alcohol  y las meretrices, nos levantan el  PIB a media tarde proclamando un éxito orgásmico. Desde la periferia, el presidente catalán, financiado a dos bandas por el estado y la corrupción, proclama oficialmente lo que ha estado gritando estos años. En el cantábrico, ETA se envalentona, y ante la próxima salida de otro preso terminal con vocación de matusalén, sale del limbo para mandar comunicados por palomas secuestradas.

En este panorama, las instituciones van a su ritmo: entre China y América, entre conferencias sobre el clima global y paseos por la gran muralla. Entre la nada y el vacio, pasean prohombres melancólicos en su galaxia autista ignorando los agujeros negros donde reside la España que nunca nacerá y los que, ya nacidos viven en un exilio interior porque su mirada no se ajusta a la ceguera oficial.

En fin, cada semana a partir de ahora promete fechas apocalípticas y las agendas arden en días de rojo.

El Otoñazo ha llegado para quedarse.
 

 
 
 

 

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