– “No lo mete, no lo mete.”
El parroquiano del bar se levanta inquieto de la silla cuando ve a Diego Costa casi hacer una zanja en el punto de penalti para que el balón se esté quieto. Estamos en la segunda parte de un sueño vivido en un bareto de Atocha cuando, de repente, se hace el silencio. Apenas oímos a los jugadores del Chelsea acercarse a Costa para ponerle nervioso.
Un grito devuelve el mundo a la vida. El Atleti marca y esto está encauzado.
Apuro mi caña y mientras el personal se abraza me voy a otro sitio. Estoy viviendo de forma itinerante la gesta para mojarme en el ambiente y comencé por el Barrio de Las Letras tras paseo a ritmo de libro antiguo por la feria de Recoletos.

 

Aceleré la marcha en soledad total en la zona más mística de Madrid buscando una pantalla cuando un rugido iba in crescendo en la esquina. El mínimo local bramaba nervioso de oportunidades perdidas en postes “a cero, a cero” me dice un tío a la puerta muy nervioso que contrasta con la tranquilidad de un grupo enfrente de la calle. Son los buscadores de Cervantes que están saliendo de su trabajo mientras la pared sujeta la maquinaria exhausta que está buscando al genio.
Continúo mi camino guiado entre coros de aficionados que me dan pistas de locales donde ir. Finalmente me hago sitio en la barra de un gallego, el Chelsea ha marcado con Torres enseñando las palmas con cara de niño triste.
– “… es que Mou sabe mucho…”
El barman desliza el comentario con la caña como si nada. Está pendiente de la clientela y saluda de lejos, como los buenos camareros para atraer la atención del cliente y no se vaya “al fondo hay sitio caballero”. Todo un cite.
– “Goooooolll”
Empate en Londres. En minutos psicológicos donde Simeone fuerza a sus hombres y marca Adrián López. Brazos en alto y la cosa vuelve a su sitio. Es el final de la primera parte y pago rápido para seguir el viaje.
Atocha resume Madrid. Desde la estación hacia la Plaza Mayor la sucesión de ambientes sintetiza el mosaico urbano. Voy lento, hacia mi querencia eterna de las fronteras de Antón Martín, siempre populosa y atlética. Me paro en posada local ya empezada la segunda parte donde una señora no puede con su alma y grita a la tele organizando al equipo. Debe saber mucho porque tras un rato la maquinaria rojiblanca la escucha y remata como la seda.
Hay aquí una alegría contenida donde el triunfo casi se asoma, a mi lado un grupo de intelectuales con barba bohemia beben jarras ignorando la euforia televisiva. Esto está encauzado y me conecto a la histeria virtual de mis amigos FB donde los análisis se matizan.
Hace calor en Madrid, mucho. De repente. Las bocinas de los coches se sueltan y todo se cubre de banderas del Atleti. La ciudad se hunde hacia el Dios Neptuno, y una riada de creyentes y conversos peregrinan en procesión cantada hacia su templo abierto. Llegan indios, indias, voces de sufridores que entonan en Do Mayor.
Tres furgones y una hilera de ángeles azules custodian a su dios y a orillas del Palace se van aglutinando devotos entre prohombres y turistas.
– ¿Eres del atleti… pero de corazón?
Me pregunta la voz mojada de Jaime, desde el fondo de su bufanda y sus ojos llorosos de sentimientos on the rocks. 
Le digo que soy del Pucela pero apoyo a los sufridores.
– Tenéis que volver aquí pronto con la copa, Jaime.
Mira al cielo con media sonrisa de tristeza en arrebato místico para decir «eso es muy jodido, el Madrid quiere esa copa, es suya». Nunca se sabe, Jaime, en su realismo, está disfrutando su momento, con la alegría del que sabe lo que cuesta la gloria. Hoy es el presente absoluto Atlético.
Sigo mi camino tras hacer fotos de lejos mientras desde la Puerta de Alcalá sigue bajando renovado peregrinaje en este inicio de San José Obrero. La Diosa Cibeles mira a la Gran Vía en su tranquilidad sabia y en descuido que pasa inadvertido para todos se vuelve coqueta para guiñarme un ojo.

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