A última hora me quedo en Pucela a cubrir Pingüinos, esa concentración de espíritus motorizados en una tierra limitada entre horizontes. Un sol pleno se intenta asomar en los inicios de Puente Duero sobre la cortina de niebla y las motos responden derrapando adrenalina en tierra.

Todo se hace gris perla entre la fiesta y la Natura. La cabalgata de valkirias motorizadas rasga este cortinón y una euforia de banderas se hace brillo en la Plaza de Coca. Se cuecen alubiadas, se dan bienvenidas y muestran exhibiciones para los «free spirits» que se mueven entre la ilusión y la realidad de un mundo propio.

Es solo el principio. La efervescencia de este modo de vida compartido se prolonga hasta una noche que trae depósitos de niebla para el gran «finale» a ritmo de rock.

La madrugada ralentiza la sinfonía de tubos de escape hasta que, de repente, se hace un silencio atronador donde nace un aullido metálico de teléfono de madrugada. Una voz tranquila y contundente, portadora de dolores consumados, interrumpe mi crónica eufórica. Un silencio celestial inunda el alba y salgo, casi en pijama, a una Meseta en ascuas de un gris sin maquillaje.

La crónica de objetividad lírica se ahoga en el valle de lágrimas que riegan pueblos de secano. Jeromín debió de jugar por aquí, por castillos en ruinas entre ecos de juramentos. La Colegiata se abre a un jardín y la residencia es un pasillo de cuadros de hombres de negro con astutas arrugas gravadas en la frente. Una excepción en blanco muestra un cara mas amable de sonrisa moderna. Entre San Ignacio y Francisco me llevan a un Cristo que justifica todo el Arte de occidente.

Bajo Él yace el hombre al que vengo a despedir.

Recorro la nave con pesadumbre de realidad, ya tan asumida, y en mi camino de claroscuro de capilla me visita la niebla interior que emana del recuerdo. Niebla de tabaco negro, entre el cielo y el césped del -antiguo y genuino- Estadio José Zorrilla. Un niño va de la mano hacia la madurez adulta de la vida por el futbol. El hombre que reposa en el féretro, dirige el camino de ese niño. El inicio de un larguísimo camino de fútbol, pensamiento, cultura, criterio,… y sobre todo, ejemplo.

No hay crónica, ya no, cuando la niebla deja de ser una metáfora efervescente y te somete en realismo duro para arrancarte el corazón de madrugada y volver a explicarte ese destino compartido, inasumible e inaceptable que se llama muerte.

La niebla de hace unos párrafos ya son cenizas en la tarde, materia orgánica de lo que más quiero, de uno de los nuestros. Se habla en latín y todo es Misterio en Castilla La Vieja. Una fusión de amor, recuerdos y ruptura que, por la extraña simbiosis que da la trascendencia, terminan tranquilizando por el Sentido.

Rezo como cuando era niño invocando a mi Santo. Salgo al mundo tan cambiado en horas y los moteros ya se han ido. Un rasgo de humo y niebla en nuestro horizonte de infinitos me recuerda que no pude hacer la crónica de mis Pingüinos.

No importa. Hay una esperanza que empuja este orden eternoretornista llamado Vida abierto a más crónicas y aventuras, siempre que la sepamos ver desde la formación de los que nos ayudaron a ser hombres.

Padre Dominico González Novoa, S.J.

R.I.P

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