Una bella donna, alla mia età, non è abbastanza!»

Se abre el telón y un anuncio de Martini invade la sala. Entre la penumbra permanente de “il colosseo” y el neón efervescente del cartel, se enmarca la terraza donde un grupo de pequeñoburgueses hacen la conga de un trenecito que no va a ningún sitio, «‘So’ belli i trenini delle feste, so’ belli perchè non vanno da nessuna parte!».

El protagonista, escritor sin libros, periodista de sociedad, frustración vestida de Armani, se cuenta su vida a través de este mundo de máscaras humanas-demasiado-humanas en un marco perpetuo para descubrir que la «grande belleza» no es más que un recuerdo iniciático, sentimental y… tan perdido.

Paolo Sorrentino vuelve forzando estilo, moldeando máscaras, quebrando guiones para destrozar Italia desde su análisis de la posmodernidad. Nos gustó mucho “Il Divo”, y aquí el napolitano sigue en esa línea. Roma, ciudad eterna, símbolo de occidente en esplendor y decadencia, escenario excesivo donde cabe la santidad y la orgía, el imperio y la provincia, la exquisitez y las heces es el lugar elegido para esta última obra.

Sorrentino desguaza todo: el arte, la religión, las clases, la familia, la sociedad. Todo. Queda inalterable el paisaje de puentes “finale”, los palacios, la eternidad del escenario de Roma y la dignidad de actores secundarios, gente normal o sufrientes – que también hay –  que no se unen al trenecito y que observan la fiesta desde los márgenes.

Desde el “arte” espontáneo y creador de una niña que se arroja al lienzo con aplauso vicioso de coleccionistas de arte hasta la religión secuestrada entre el mundo frívolo romano y el martirio inútil, pasando por una burguesía hueca que se niega a envejecer y destila en debates progres de salón y whisky un “intelectualismo” que provoca suicidios.

En fin, toda una radiografía de la ya ultra-post-modernidad.

Impecable técnicamente, entretenida, chispa en los diálogos, buena interpretación protagonista.

Todo genial, estupendísima, pero hay un piccolo problema.

El caso, carissimo amico,  es que esta peli ya está hecha. El gran Fellini, Federico, Dolce Vita, Roma, A-ma-rcord, en blanco y negro y multicolor, Anita bajo la Fontana, diosa pagana, Marcello el observador que se deja arrastrar por la mundanidad, Roma de condesas y putas, con o sin sinónimo, Roma Vaticana, el mundo y la carne. La decadencia con clase.

Ya está hecho, “caro amico”, ya está hecho hace medio siglo. Y está hecho con mas estilo aunque no haya tanta “estética”.Era 1960, década en que Europa se da cuenta de que está muerta desde el 45 y lo empieza a mostrar. La nada, el nihilismo se esboza en esa década prodigiosa para llegar a la destrucción de “La gande bouffe” en los 70. Ya está.

Quizá la Nada, y aquí Sorrentino y otros empiezan a ser personajes y no autores sin saberlo, sea el eterno retorno anunciado por otro Federico – Nietzsche – donde del hastío encarnado en directores jóvenes que se creen que moviendo -agitando- en colores las cámara van a sacer mas jugo de algo que no es suyo. Nada. Eso se llama masturbación por el estilo, que anima cinco minutos pero no crea nada.

Hoy en día si queremos hablar de la Nada y da la muerte de Dios y la belleza prefiero ver algo de Moretti: 90 minutos, bajo presupuesto y tristeza lúcida que aporte ideas. No se puede forzar mas la estética porque te sale un video clip de dos horas y media, y a estas alturas esperábamos algo más.
La ultraposmodernidad se queda sin imaginación, en su inmanencia autista y colorín es incapaz de desarrollar una idea. La gran-belleza es la gran-tristeza de no tener nada nuevo que decir. Nada.

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