«Da quando ho conosciuto l’arte, questa cella è diventata una prigione»

 

Hay una calle en LosMadriles con estrellas en el pavimento, tiendas especializadas y cines de autor. La habitan sujetos con bufanda y mirada miope de muchas pantallas que ignoran a mendigos cuando coinciden a la entrada de las salas en versión original decoradas por carteles de películas desconocidas. Es un ambiente tipo Watershed en Bristol o IFI en Dublín.
Conozco este ambiente: el olor de los locales, el cuidado de las salas y cómo colocarse la bufanda antes de dictar una opinión sobre el último trabajo del director vietnamita de turno que ha ganado un trofeo en cualquier festival para iniciados.

 

Lo mejor de estas cubículos para cinéfilos – terrible palabra que cuando se coloca en el stand de un videoclub provoca la estampida de la gente ‘normal’ – lo mejor, decía, es que en estas salas no se tose, no hay puesto de palomitas a la entrada y el personal no se levanta hasta que no desaparece el último título de crédito. Es una liturgia donde una pequeña capilla coqueta proyecta sueños inmanentes pero con vocación trascendente a partir de un exceso de imágenes que ensambladas por la velocidad y el sentido produce movimiento. Y de ahí vida.

 

Ayer nos metimos de la mano en una prisión en blanco y negro de Italia y salimos abrazados en color de la mano de Shakespeare y los hermanos Taviani. Acompañamos la fuga de unos presos de alta seguridad que, atrapados entre las barreras de las rejas del mundo y sus tormentos del alma, encuentran una vía de Sentido en una representación teatral.

 

Me acordé de Brando en su versión de Marco Antonio, no para comparar pues aquí se recita con ansia de libertad y allí desde la técnica del actor studio. Ambos buenos en lo suyo, pero declinar arte para sublimar un texto y recoger un Oscar o masticar el lenguaje para curarte el alma marcan la diferencia.

 

La idea de esta película tan magníficamente fotografiada en espacios mínimos va mas allá. Pensé que aalirse de uno mismo para vivir otra vida y terminar comprendiendo la propia sin evasiones, eso es el arte. Una terapia que ensancha las conciencias pera ponerse en lugar de ese otro y dejar respirar a este ego que se nos asfixia en casa como un cadáver en el armario cultivado con naftalina.

 

Los presos así respiran, se hacen hombres a través de imitar a otros, no reencarnándose sino casi resucitándose en clave de Bruto, Julio César, o Marco Antonio.

 

Sirva la metáfora para el mundo, pues de la vida también se puede hacer prisión si uno no es capaz de escapar de la prisión mas peligrosa que puede haber: uno mismo.

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